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En esta página de Internet ya hay muchas palabras para que tengamos que añadir aquí otras tantas. Soy un economista (Universidad de Roma, 1972) dedicado a temas de desarrollo desde el punto de vista histórico. Trabajo en el CIDE, laico convento que tuvo a bien darme hospitalidad hace 18 años. Antes había trabajado en la UNAM y en otras universidades de la ciudad y la provincia. Más antes, en Perú (ESAN) y en Santiago de Chile (Escolatina), donde llegué a los 27, en 1973, recién desembarcado de Italia. Era julio, dos meses antes del golpe. El ex director de Escolatina, un nicaragüense que había encontrado refugio en México, me invitó a trabajar en la UNAM. Llegué en 1974 y me quedé.

De vez en cuando encuentro a alguien que me pregunta, después de saber que vivo en México desde hace décadas: entonces le gustó, ¿verdad? El amable interlocutor espera en ese punto un despliegue de orgullo nacionalista adquirido que, sin embargo, nunca puede salir de mis labios. Amo Italia (pero no sé con precisión que quiera decir eso) y nunca fue un amor sin desamores. Y lo mismo vale para México. Un país es siempre una razón de orgullos y de vergüenzas. ¿Cómo contestar algo aceptable al amable interlocutor que espera una respuesta rápida y reconfortante y no los vericuetos de las dudas y de las identidades múltiples? En fin, las hibridaciones culturales son asuntos complicados y las relaciones públicas también.

Publiqué durante diecisiete años una columna semanal en un periódico de la ciudad de México que, en algún momento se volvió una Pravda mexica haciéndome imposible seguir escribiendo en él.  He escrito una docena de libros y si -como se dice- Dios me presta vida, cabe la posibilidad de que, por centímetros de longitud, llegue a alcanzar la Obra Completa de Kim Il Sung, que se encuentra, regularmente invendida, en las librerías de segunda mano de Donceles. Y honestamente no se me ocurre nada más indigesto. Espero que mi "obra" lo sea un poco menos. Pero eso no me toca a mí juzgarlo.

Me ocupo desde hace años de temas relacionados con los fenómenos históricos de salida (exitosa o fallida) del atraso y he registrado algunas constantes:

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del atraso se sale rápidamente (dos, máximo tres generaciones) o no se sale.El castillo se toma por asalto, por sitio es impenetrable;

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sin un sentido de urgencia por parte de nuevas clases dirigentes que perciben el crecimiento como su mayor instrumento de legitimación, la salida del atraso queda normalmente en buenos deseos

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sin políticas agrarias capaces de incrementar productividad y bienestar rural, los países arrastran por siglos las deformaciones asociadas a una tarea previa de homologación social históricamente incumplida;

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 la salida del atraso no es ni de derecha ni de izquierda; cualquiera que sea la orientación ideológica del gobierno, la clave sigue siendo la misma: una buena administración pública.

Más recientemente el tema de la salida del atraso se me ha cruzado con otro: los procesos de regionalización de la economía (y, menos, de la política) mundial. Y sobre ese tema no hay nada que decir aquí, muchas páginas están en otras partes de este sitio.

 Mi mamá era piamontesa (Turín) y mi papá, siciliano(Marsala). Vivo y trabajo en la Ciudad de México y tengo tres hijos de 30, 28 y 25 años respectivamente.

Post Scriptum, hace años conocí alguien que me explicaba cómo, envejeciendo, su curriculum se hacía cada vez más corto.  Es que -decía- mucho de lo que antes me producía orgullo ahora me avergüenza.  Siguiendo esa línea, en realidad, lo esencial es cuándo y dónde uno nació y dónde vive.  En mi caso: 1946, Piamonte, México, D.F.