México: ¿El PRI después del PRI?

Ugo Pipitone

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No creas a nadie que diga siempre la verdad.

                                                 Elías Canetti,

                                         La provincia del hombre  

Cuajimalpa, Noviembre 2004

Introducción....................................... 3

I. Caos y Globalización

1. Regla y excepción.................................... 5

2. Metáforas microbiológicas y termodinámicas........... 9

3. La globalización: el orden caótico.................. 15

4. La regionalización.................................. 33

5. Tres puntos......................................... 46

   Post Scriptum........................................ 48

    

II. Desigualdades

6. Tecnología y desigualdad: una introducción.......... 49

7. Desigualdad en el desarrollo........................ 61

8. Desigualdad (y pobreza) en el subdesarrollo......... 76

9. Malasia, Kerala, México............................. 87

 

III. El ambiente amenazado

10. ¿Morir de bienestar?............................... 96

11. PIB/ambiente, Riqueza/Bienestar................... 101

12. Atmósfera, Biodiversidad e Iglesia................ 107

13. Nacimiento de una atención........................ 118

    [Accidentes y desastres ambientales; Conferencias

    internacionales; ONG y verdes; Alarmas

    científicas; Malestar urbano]

14. Conflicto y antagonismo........................... 131

    [La dimensión externa; La dimensión interna]

 

Conclusión

15. Desenfatizar la economía, enfatizar la innovación. 141

 

Introducción

Aceleración tecnológica, segmentación social y persistente anclaje a los combustibles fósiles: de cómo evolucionen estas tres variables y de la clase de equilibrios que establezcan entre sí, se derivan escenarios radicalmente distintos para el futuro. Pero, naturalmente, los ingredientes son más. Añadamos algunos otros: un terrorismo de matriz islámica que nos devuelve a tiempos de odios bíblicos, ahora globales; una nueva corriente de individualismo que, entre consumismo y televisión, rumia un fluctuante desengaño anestesiado; la nebulosa de capitales especulativos que cruzan las fronteras persiguiendo El dorados intercambiables; el aumento de la temperatura de la atmósfera, con consiguiente cambio climático. Y, para cerrar: una oleada demográfica (algo menos de mil millones de seres humanos por década por las siguientes dos) que caerá casi enteramente sobre países con un ya frágil equilibrio entre población, alimentos y oportunidades de empleo. Al margen: ser apocalíptico se ha vuelto trivial. Todo esto, y mucho más, en una promiscuidad global de consecuencias azarosas. Interno/externo redefinen sus fronteras en la gran política y en la vida cotidiana. Es la  extensión de una red de contagios, intrusiones, mestizajes culturales, mayor interdependencia económica y nuevas formas de bienestar y malestar, que, en distintas formas, aceleran la construcción de la unidad real del mundo. A esa ebullición diferenciada y concomitante, llamaremos globalización.

 

Mezclemos todo lo anterior en un shaker (o vaciemos en un programa especialmente sofisticado) y esperemos un rato para dar tiempo a los acomodos recíprocos. Desde ahora sabemos que al destapar el recipiente no tendremos ninguna certeza. ¿Seguirá habiendo vida ahí dentro? ¿Qué clase de vida? Las perspectivas se vuelven radicalmente aleatorias, mientras las inercias asumen el aspecto de un famoso cuadro de Pieter Bruegel, el viejo, de 1568, en que el ciego que guía la marcha descarría a los otros ciegos que, confiados, le siguen en una lenta, inexorable, secuencia (¿generacional?) de caídas. Sin importantes novedades políticas o tecnológicas en los años venideros, existen elevadas probabilidades que el mundo se vuelva pronto un lugar bastante más inhóspito, ambiental y socialmente, de lo que es hoy; por lo menos para la gran mayoría de su población y suponiendo que los privilegiados encuentren cómo depender cada vez menos del entorno.

 

La permanencia de la vida (terrenal) después de la propia muerte fue un silencioso aliento de responsabilidad transgeneracional que, no obstante sus indescifrables concreciones, recorrió la historia de nuestra especie. Pero, ¿qué ocurrirá con los comportamientos individuales y colectivos cuando esa confianza sobre la vida que persiste después de la muerte, comience (con razón o sin ella) a debilitarse? ¿Cuántos nuevos disparates mesiánicos, más o menos combatientes, nos esperan para dar nobleza a la desesperanza, a una nueva nostalgia del fin o a la falta de ideas, fuerzas, voluntad o tiempo para desviar poderosas fuerzas inerciales que guían, como el ciego de Bruegel, al barranco?

 

     Ha ocurrido un cambio de escala de todo, de la demografía al potencial científico, del consumo energético a las finanzas, de las telecomunicaciones a las tensiones étnicas y religiosas sobrevividas a intentos fallidos de modernización. Una percepción de ensanchamiento de problemas y posibilidades y de aceleración de los tiempos colectivos. Y, al mismo tiempo, una sensación de retardo de las sinapsis frente a una nueva complejidad neuronal que aumenta el potencial colectivo y crea, al mismo tiempo, inéditas tensiones sistémicas. No es sólo que la geometría se ha alterado sino que cada uno de los puntos que la componen tiene ahora una libertad de movimiento sobre el escenario global que antes no tenía. Una explosión de complejidad. Entropía, en el lenguaje de la termodinámica.  

 

     Este pequeño libro es un recorrido por algunos de los espacios de mayor turbulencia sistémica contemporánea: la regionalización (lo postnacional), la desigualdad y el ambiente. Un territorio diferenciado que cambia de formas y produce, con sus microclimas, una atmósfera común hecha de humos tóxicos y nuevas posibilidades. En la intersección móvil entre estas coordenadas, está gran parte de lo mejor y lo peor del futuro cercano. Intentaremos un reconocimiento del terreno con el complemento de algunas reflexiones. Y no queda más que disculparse por olvidos y simplificaciones.

  

Conclusión 

Pero si ninguno de estos métodos es convincente, pues encontremos otros.

Polly Toynbee

                                      "The Guardian", 17, I, 2003

 

15.Desenfatizar la economía, enfatizar la innovación

    

La equidad en estilos de consumo al interior y entre las naciones no puede ser alcanzada aumentando el consumo desde sus niveles más bajos( [1] ). La solución se convertiría en el problema. Se requieren nuevas formas de desarrollo( [2] ).

 

El regreso de la utopía, pero ya no como ingeniería social reveladora de un futuro de armonía y justicia finales, sino como necesidad de experimentar en distintos espacios fórmulas de vida, de producción y de relaciones con el resto del mundo menos ambiental y socialmente insostenibles. Una utopía reformadora (en diferentes ámbitos: producción, empleo,  transporte, vida urbana, etc.) que necesita moverse entre audacia y responsabilidad sin que la frontera entre las dos sean nunca del todo clara. Y aunque los vientos de la competencia sean esenciales para estimular una vital innovación tecnológica, "experimentar nuevas forma de desarrollo" significa reducir el peso de las urgencias económicas sobre las demás. Una tarea que tomó la forma de Estado del bienestar y que necesita hoy inducir desde la política comportamientos que redefinan el desarrollo mismo: o sea el (indefinido y cambiante) horizonte lejano y las formas para llegar ahí. Mientras la política sea el escenario en que se juegan intereses y visiones, de ahí necesitan venir las fuerzas capaces de abrir un camino de reforma de las relaciones riqueza-poder-bienestar.

 

Frente a las urgencias demográfico-ambientales, la arquitectura del presente requiere ser repensada, lo que significa reforzar estructuras preexistentes, sustituir otras, modificar la distribución de carga.  Llamemos a eso civilización de la lucha por la sobrevivencia. Hace algunos milenios atrás (y cada día en distintas partes del mundo)  dos seres humanos podían enfrentarse a muerte por una misma presa; se supone que (no obstante las islas de pasado insuperado) la humanidad ha avanzado a formas de relaciones menos dominadas por la suma cero. Ya no bajo una condición de enfebrecimiento ideológico, sino bajo las urgencias tecno-demo-ambientales, se requieren abrir puertas para experimentar mejores equilibrios entre riqueza y solidaridad, para sólo considerar una arista.     

 

Una discontinuidad se ha instalado en la modernidad: si los pobres del presente dejarán de serlo en el futuro, eso tendrá que ocurrir en formas distintas respecto al pasado, a menos que la salida de la pobreza para muchos se convierta en una empobrecimiento ambiental para todos y una progresiva deriva hacia un planeta en blanco y negro.

 

     Imaginemos optimistamente una curva de Kuznets ecológica, por la que el aumento del ingreso medio de los países, más allá de cierto nivel, producirá (¿siempre?) una menor emisión unitaria de gases y residuos tóxicos (¿de todos?). Aun así, queda por saber si el efecto combinado de una (eventaul) reducción de emisiones en el mundo desarrollado y un aumento en los países en desarrollo (por crecimiento económico, de la población o los dos), será positivo o negativo. A menos de innovaciones energéticas esenciales, aumento de la población, búsqueda de bienestar, ampliación de los espacios sociales del consumismo y conservación del planeta en condiciones no peores que las actuales, se han vuelto condiciones recíprocamente excluyentes.

 

Diversamente estarían las cosas si la humanidad encontrara la forma para contaminar impunemente, lo que, pensando a la Verne, podría tomar la forma de un túnel capaz de expulsar hacia el cosmos gases tóxicos, basura y exceso de calor. Contaminaríamos el cosmos, es cierto, pero el traspatio es muy grande y tendríamos un maravilloso margen de libertad para no cambiar formas y símbolos de bienestar y para conservar la posibilidad (hipotética) que los pobres dejen de serlo sin  destruir el planeta. O, en el otro extremo, sin convertir su pobreza en un requisito sistémico del equilibrio ambiental planetario.

 

     Se ha establecido un trade off: cuanto más lento sea el avance hacia fuentes renovables y abundantes de energía, tanto más los pobres tendrán que ser juiciosos y seguir siéndolo o, alternativamente, tanto más intensa tendrá que ser la experimentación de nuevas formas de producción y de vida ambientalmente sustentables, de nuevas necesidades y nuevos símbolos de bienestar cuya difusión no signifique un asalto contra la vida planetaria. Recorrer ese camino no supone un éxito inevitable; las buenas intenciones nunca han sido suficientes. Sin embargo, es un imperativo a menos de aceptar la exclusión social como fórmula de sobrevivencia de la especie. Recorrer este camino requerirá impulsar como nunca la investigación científica y tecnológica, abrirse a prácticas sociales más ambientalmente responsables y a nuevos equilibrios parciales entre economía, ambiente y solidaridad al interior y entre los países.

 

Límites psicológicos, técnicos, culturales y científicos  se entrecruzan en un presente que no tiene un tiempo indefinido para prolongar sus estructuras en el futuro sin producir graves daños ambientales o exclusiones insostenibles en un contexto de globalización. Henos aquí entonces al borde de un nuevo ciclo de la modernidad que necesita cumplir su vieja promesa acelerando el tránsito hacia lo nuevo. O sea, hacia un nuevo ciclo de creatividad social democrática y de ulterior innovación tecnológica. Un nuevo futuro ha sustituido al anterior, ha ocurrido una torcedura en el tiempo que obliga a incorporar nuevas variables a esquemas de vida tan sólidos como súbitamente insostenibles (sobre todo en caso de generalizarse). La falta  de inteligencia, de voluntad o de capacidad para aprender en la marcha, el poder de la inercia, se vuelven así factores globales de multiplicación del riesgo; como un tóxicodependiente dispuesto a arriesgar el mañana para quedar amarrado a un hoy placentero.       

 

     En las sociedades más avanzadas, el creciente bienestar produce una mayor preocupación ambiental, pero nadie puede garantizar que las curvas tendran evoluciones virtuosas para evitar líos ambientales mayores. Las resistencias, las lentitudes, las ampulosidades discursivas están ahí para confirmar que no siempre lo necesario es concretamente posible y que no siempre la conciencia del daño futuro evita en el presente el comportamiento que lo agigantará. Si no, ¿cómo explicar la existencia de una poderosa industria tabacalera mundial? Pero evitemos peligrosos moralismos y limitémonos a reconocer que algo de antropomorfo tienen las sociedades.

 

     Después de la crítica del absolutismo y de la economía política, llega el turno de la crítica de una forma insustentable de bienestar. Nuevas ideas y propuestas comienzan a ponerse en movimiento. Hagamos aquí un recuento sumarísimo de algunas de ellas: primeras piezas de una búsqueda plural y compleja de soluciones inéditas. 

 

Emitidos por la International Organisation for Standardisation, una ONG con base en Ginebra, Suiza, los ISO 14000 y 14001 son certificados ambientales otorgados sobre todo a empresas y autoridades locales que, a través de ellos, pueden presentarse a sus clientes (o electores) con un blasón de ecologically correct, para realce de la imagen corporativa o política. Tal vez, y sólo de una manera apenas indicativa, la distribución mundial de los certificados ISO 14000, refleje atenciones ambientales diferenciadas en el mundo de las empresas. El hecho es que en 2000, eran 23 mil las corporaciones que podían lucir ese certificado ambiental y de ellas 11 mil en Europa, más de 5 mil en Japón, poco más de mil en Estados Unidos, y algo más de quinientos en América Latina. Que, en su competencia recíproca, las empresas incorporen la necesidad de mostrar a los consumidores que en la fabricación de sus productos no se envenenaron ríos o mares, etc., es el indicador de un cambio (que tendrá que acentuarse) de comportamientos de consumo que puede castigar a las empresas más retardatarias y premiar a las ambientalmente responsables. Estos certificados ISO son un instrumento eficaz para reforzar las señales del mercado a favor del ambiente; que la conciencia acerca de las nuevas prioridades colectivas se incorpore al mercado, es un paso en la dirección correcta.  

 

Otra señal, en el mismo sentido, es la suscripción de parte de autoridades locales de varias partes del mundo de las iniciativas ambientales de la Agenda 21 de la Conferencia de Río. Tenemos aquí otra forma de certificación que premia entidades administrativas y proyectos específicos. La competencia por recursos (inversiones, turismo, etc.) entre gobiernos locales se acentúa así por el lado del cumplimiento de normas ambientales fiscalizadas por un órgano técnico supranacional. Apuntemos al margen que cuatro de cada cinco de estas experiencias se ubican en el espacio europeo. Otra vez, Estados Unidos parece un universo menos permeable y menos interesado a las iniciativas globales, sobre todo cuando él mismo no está en la cabeza.

 

El cuidado del ambiente limita el mercado y, al mismo tiempo, le abre nuevas perspectivas. Los gobiernos de Suecia y Dinamarca toman hoy la delantera en denunciar las consecuencias del PVC (policloruro de vinilo), un plástico cuya fabricación produce una sustancia altamente tóxica, la dioxina. Pocas dudas caben que este plástico tiene los días contados, como antes los CFC o el DDT. El problema, naturalmente, es el tiempo, o sea el costo del retardo en entender y hacer lo necesario.

 

     Ideas y experiencias flotan en el ambiente formando híbridos inesperados: una menor tolerancia hacia la obsolescencia programada de los productos, la aparición de experiencias de uso compartido de herramientas domésticas o de jardín, de videos, programas, etc., la posibilidad que, para ciertos productos, el mercado se oriente más hacia la renta que hacia la venta, etc( [3] ). Perspectivas que vislumbran cambios profundos en la anatomía y fisiología de las sociedades modernas. Aunque sea lentamente y en formas inseguras, la crítica del consumismo comienza a abrirse espacios. Los estudios que asocian consumismo con ansiedad, depresión, escasa autoestima y narcisismo, baja calidad de relaciones sociales, etc. son suficientes para documentar la pulsión compradora como una compensación para una calidad de vida que requiere símbolos poderosos para apuntalar egos más o menos inciertos( [4] ). El consumismo como un sustituto para la escasa autoestima o el escaso prestigio social, como forma para reconfirmar distancias y certezas de roles, para compensar soledades, para combatir contra la sensación de rigor mortis de la propia vida cotidiana, esa fijeza sin salidas que el consumismo alivia. Consumismo como canalización de un sentido de culpa, de la conciencia de la propia prescindibilidad. Un edificio frágil y persistente de insinuaciones, dependencias, compensaciones, ocultamientos, autoengaños, que, sin embargo, mantienen en movimiento las sociedades modernas.

 

Razonando acerca de la religión, Freud nos revela como el sentido de culpa pueda tomar el camino de la religiosidad (o del consumismo): 

 

El pueblo de Israel se consideraba hijo predilecto del Señor, y cuando este gran Padre le hizo sufrir desgracia tras desgracia, de ningún modo llegó a dudar de esa relación privilegiada con Dios ni de su poderío y justicia, sino que creó los Profetas, que debían reprocharle su pecaminosidad(...)Es curioso, pero ¡de qué distinta manera se conduce el hombre primitivo! Cuando le ha sucedido una desgracia, no se achaca la culpa a sí mismo, sino al fetiche, que evidentemente no ha cumplido su cometido, y lo muele a golpes en lugar que castigarse a sí mismo( [5] ).

 

Digámoslo así: dado nuestro actual estadio evolutivo, la salud (económica) colectiva se basa en no pequeña medida sbre compensaciones neuróticas que alimentan un flujo inacabable de mercancías tan rápidamente producidas como desechadas. El consumismo como una neurosis esencial para la salud del capitalismo.

 

     Ahora bien, considerando que el hombre nuevo ha resultado más evanescente de lo que muchos de sus ingenieros del siglo XX creyeron, y siendo que imaginar un mundo de santos es una tentación delirante que necesita ser profilácticamente controlada, no quedará más que aceptar que cierta dosis de neurosis (retroalimentada con ciencia por los mass media) se transmita del yo al nosotros, de la psique a la vida colectiva. El reto está puesto: ensanchar otros factores dinámicos portadores de una relación menos neurótica con los bienes y menos productora de males ambientales.

 

Llenar de nuevos productos vidas ancladas al propio malestar, tiene un efecto lenitivo sobre el consumidor, pero amenaza el ser humano que pervive en alguna parte de él. Por otra parte, las aceleraciones que los gobiernos autoritarios inducen a veces en sus sociedades (la colectivización forzada de Stalin, las Comunas de Mao o el proyecto de Dorticós de eliminar el dinero en la Cuba de Castro) para encaminarlas en el rumbo correcto, suponen virtud obligatoria y anulación de los individuos. Y sin embargo, a agigantar esa clase de riesgos nos encaminamos mientras los problemas ambientales irresueltos se trasladen a un futuro en que exasperación colectiva, necesidad de decisiones difíciles e histeria colectiva a favor de algún vendedor de milagros, podrían voverse una combinación fatal.   

 

Repensar el capitalismo: esta es la monstruosa (e ineludible) tarea. Con una tecnología entrampada en los combustibles fósiles, una sociedad enzarzada en el consumismo y una oleada demográfica que no termina de caer al suelo, es el capitalismo mismo que podría estar volviéndose insustentable o, lo que es lo mismo, incompatible con la conservación de un ambiente vivible, a menos que encuentre dentro de sí mismo las energías para emprender un nuevo ciclo de cambios. Mientras la humanidad no halle el rumbo hacia una modernidad no capitalista mejor respecto al modelo staliniano, con sus diferentes variantes, más vale creer en la reformabilidad del capitalismo. Obviamente no se trata de imaginar en abstracto estilos de vida que superen los actuales (con toda la descarga adrenalínica de las certezas combatientes), pero sí de crear espacios, en la cultura, en la economía y en la sociedad, para experiencias inéditas, nuevos equilibrios e identidades diversas con una menor pulsión acumulativa( [6] ). Reconocer lo nuevo que nace de la sociedad prefigurando caminos prometedores y darle aliento y sostén, por lo menos inicial, se ha vuelto una de las claves del juego. Una vez que se reconozca que la expansión de una cierta forma de vida sería también su entierro, el corolario es inevitable: "que florezcan cien flores", para repetir la consigna maoísta de 1957. Habrá que penetrar y mapear nuevos territorios, buscar nuevos empalmes entre necesidades divergentes. Que cada quien ponga sus ingredientes en la ensalada del futuro deseado. Consideremos aquí dos aspectos  contrapuestos y complementarios.

 

I: la ampliación de los espacios no mercantiles de la vida en una etapa histórica que impone nuevos equilibrios entre el nosotros ambiental y el yo acumulativo. Desmercantilizar la vida significa construir espacios donde la riqueza reconozca sus límites como principio de organización social e incorporar nuevos derechos a la existencia de las personas. 

 

II: pero si, por un lado, el mercado necesita contraerse en la vida cotidiana para hacer posible experiencias que de otra forma no lo serían,  por otra parte, necesita proyectarse con energía hacia la innovación y la competencia en los bienes y servicios de cuyo desarrollo dependa no sólo el bienenstar individual sino también el colectivo.

 

     Se trata de avanzar hacia un retículo de señales (fiscales y de otro tipo) que refuercen los incentivos a la innovación de individuos, empresas, universidades, administradores locales, etc. O sea, redirigir las baterías del capitalismo a favor de la innovación y la investigación científica. Que da ahí dependan las nuevas riqueza más que de la comercialización de los bienes básicos de la subsistencia. Desarme económico de una parte, y aumento de la potencia de fuego de la otra, para decirlo con metáfora militar.

 

Cambios generalizados en estilo de vida conjuntamente con la necesidad de desenfatizar la continua acumulación económica, casi seguramente serán necesarios si queremos minimizar los riesgos ecológicos que enfrentamos en la actualidad( [7] ).

 

Desenfatizar la economía significa encontrar formas negociadas, desde la política, para refrenar la carrera de la riqueza y emprender una reflexión sobre sus formas. Sin embargo, lo que puede ser cierto para el mundo, tiene diferentes significados en sus distintas partes. El movimiento necesita ser doble: desenfatizar la economía en los espacios de la subsistencia (de cualquier manera sea definida) y re-enfatizarla en los espacios innovativos de los cuales dependan respuestas eficaces a los nuevos retos sociales y ambientales. Lo primero homologará, lo segundo volverá a crear las diferencias que empujan el capitalismo. Un doble movimiento: hacia la ampliación de los espacios protegidos del mercado y hacia la acentuación de los incentivos a la innovación. Nunca la ciencia ha sido tan importante como hoy. Se trata entonces que los mercados sean impulsados, por un lado, hacia la explotación de nuevas, más sofisticadas y potencialmente dinámicas necesidades y, por el otro, hacia la innovación tecno-científica en terrenos tan sensibles como las biociencias, la nanotecnología, las fuentes energéticas, las telecomunicaciones, los nuevos materiales, etc. Redirigir señales que acentúen el vínculo entre beneficio de empresa e innovación mientras se debilita el otro vínculo: entre beneficio y producción de masas. 

 

     Como se dijo, desenfatizar la economía es una clave que no puede tener un uniforme valor universal. Hay países a los cuales falta todavía un largo trecho de acumulación de riqueza para que el bienestar disponga de una amplia base material. Y otros, donde la utilidad marginal, en términos de bienestar, de una ulterior acumulación de riqueza hace tiempo ha entrado en una tendencia decreciente. Si la acumulación es necesaria, evidentemente lo es más para los países en vía de desarrollo. Es ahí donde la tarea del crecimiento del PIB sigue siendo tarea esencial. 

 

     No estamos sólo al final de una edad energética que se demora en salir de sí misma, sino posiblemente también al final del largo ciclo de un estilo de vida que ha dejado de ser garantía de bienestar. La única racionalidad de un comportamiento ilimitadamente posesivo es que la acumulación produzca bienestar. ¿Es así? Según encuestas sobre el grado de satisfacción de las personas con la propia existencia, realizadas en varios países en las últimas décadas, parecería ocurrir lo siguiente: la felicidad aumenta con el ingreso (y más que proporcionalmente que éste) hasta alrededor de 15 mil dólares anuales; de ahí en adelante, el aumento del ingreso ya no produce efectos de bienestar significativos. Países con ingresos promedio tan distintos a fines del siglo XX, como Estados Unidos (ca. 28 mil dólares), Nueva Zelanda (ca. 16 mil) o Puerto Rico (ca. 11 mil), registran índices de felicidad similares( [8] ). 

 

     Renunciemos a explicaciones neobudistas al estilo de "el bienestar individual cambia en proporción directa con el ingreso e inversamente con las aspiraciones materiales" ( [9] ), y no porque no sean ciertas sino porque explican demasiado. Y limitémonos a registrar que, con el aumento de la riqueza, han aumentado en la sociedades contemporáneas factores de malestar que van de la mayor frecuencia de varias formas de depresión, delincuencia e inseguridad urbana, alcoholismo, incremento de las familias unicelulares (la experiencia masiva de la soledad), incertidumbre en el trabajo, menor participación cívica, etc. La acentuación de un individualismo más o menos opulento, aparentemente, no conduce a una mayor felicidad personal.

 

En este contexto, el papel de la enseñanza de la economía es problemático. Enseñamos a la gente que es egoista y no sorprende que la gente se vuelva así. Robert Frank preguntó a los estudiantes de Cornell si darían aviso en caso de que se les cobrara menos en una compra o si devolverían un sobre perdido con 100 dolares adentro. Se les preguntó en septiembre y nuevamente en diciembre, después de un primer ciclo escolar. Los estudiantes que siguieron un curso introductorio de economía se volvieron menos honestos mientras los estudiantes de astronomía se volvieron más honestos, con una diferencia significativa. De la misma manera, jugando con el Dilema del prisionero, los estudiantes de economía estaban menos disponibles a la cooperación que otros y la brecha se ampliaba cuanto más tiempo los jóvenes habían estudiado economía( [10] ).

 

En el caso de Estados Unidos, la nueva corriente de individualismo que embiste la sociedad desde los años 70, se manifiesta como una contracción de la participación ciudadana en casi todos los espacios de la vida colectiva( [11] ); como un volver a sí mismo que no es, sin embargo, clave maestra para una mayor satisfacción con la propia existencia.

 

Hace años, con Christopher Lasch, descubrimos la rebelión de las elites, ese proceso de desreponsabilización psicológica de las élites frente al destino de los demás( [12] ), y ahora, con Robert Putnam, descubrimos que no son sólo los poderosos a desinteresarse de la gente, sino que es la gente misma que revela un creciente grado de desinterés hacia las actividades colectivas( [13] ). Desenfatizar la economía es una forma para comenzar a reconocer que, más allá de las dimensiones de la riqueza, ha llegado el momento de reflexionar críticamente sobre sus formas sociales. 

 

     Entre los años 50 y 90, el porcentaje de aquellos que se dicen muy felices en Estados Unidos pasa de 40 a 30 por ciento; mismos años en que el PIB per capita (a precios constantes) casi se triplica.

 

La gente en Occidente no se ha vuelto más feliz en los últimos 50 años. Se ha hecho más rica, trabaja menos, tiene vacaciones más largas, viaja más, vive más tiempo y es más saludable. Pero no es más feliz( [14] ).

 

Nuestros actuales estilos de vida nos abren a libertades y potencialidades inimaginables hace sólo una generación atrás. Sin embargo, el vínculo riqueza-bienestar se ha debilitado, por decir lo menos. Lo cual nos entrega al reto de repensar el peso específico de la economía en países con diferentes grados de desarrollo.

 

Quienes necesitan crecer son los países pobres, donde malestar y miseria son todavía y en gran parte virtuales sinónimos; los otros necesitan repensar las formas del bienestar y el sentido mismo del crecimiento. Su ventaja sobre el resto del mundo ya no puede seguir siendo la de producir a menores costos bienes de consumo de masa. La delantera que los países más desarrollados tienen sobre los demás necesita redefinirse en la innovación tecnico-científica, que, entre otras cosas, deberá permitir a los países pobres alcanzar mayores niveles de bienestar sin recorrer el mismo camino de los que los antecedieron. Una ventaja potencialmente no pequeña para los últimos llegados.

 

La riqueza, aparentemente, ha dejado de producir los rendimientos de bienestar del pasado y alimenta desastres ambientales que nos empujan hacia un futuro amenazante. Así entramos al siglo XXI: descubriendo los rendimientos decrecientes (en términos de bienestar) de la riqueza y las consecuencias ambientales adversas de la misma. Varias piezas fundamentales de nuestro presente requieren ser modificadas, alguna necesitan ser remplazadas mientras otras más tendrán que construir entre sí nuevos entramados y otras necesitan ser creadas ex novo. Un reto para la inteligencia, que se enfrentará a inercias, intereses socialmente enraízados y varias fórmulas ideológica de automatismo virtuoso. Un reto, naturalmente, sin garantías de éxito.



[1] . Gretchen C. Daily, Paul R. Ehrlich, Socioeconomic Equity, Sustainability, and Earth's Carrying Capacity, "Ecological Applications", vol.6, n°4, 1996, p.999. 

[2] . Tom Tietenberg, Environmental and Natural Resources Economics, Longman, New York 2000, p.583.  

[3] . V. Beate Littig, Feminist Perspectives on Environment and Society, Prentice Hall, Essex (England), 2001, pp.99s.  

[4] . "Is your job boring and meaningless? Does it leave you with feelings of futility and fatigue? Is your life empty? Consumption promises to fill the aching void...The tired worker, instead of attempting to change the conditions of his work, seeks renewal in brightening his immediate surroundings with new goods and services", Christopher Lasch, The Culture of Narcissism, W.W.Norton, New York 1991, pp.72-3. Tb. Psychology of shopping, "The New York Times", 7 dic. 2003.  

[5] . El malestar de la cultura(1930), Alianza Ed., Madrid 1986, p.68. 

[6] . "¿Por qué hemos de tener una prisa tan grande en triunfar? ...Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y alejada", Henry David Thoreau, Walden o vida en los bosques(1854), Espasa-Calpe, Buenos Aires 1949, p.291. 

[7] . Anthony Giddens, Modernity and Self-Identity, Polity Press, Cambridge, UK, 1991, p.222. 

[8] . Richard Layard, Happiness: has social science a clue? (Lecture 1), London School of Economics, 3 marzo 2003, p. 18. 

[9] . Richard A. Easterlin, Income and Happiness: Towards a Unified Theory, "The Economic Journal", n° 111, Julio 2001, p. 481.  

[10] . R. Layard, What would make a happier society? (Lecture 3), London School of Economics, 5 marzo 2003, p.15. 

[11] . Cfr. Robert D. Putnam, Bowling Alone, Simon and Schuster, New York 2000. La perdida de cohesión comunitaria está asociada, según este autor, a la mayor presión de dos carreras profesionales en cada familia, a los procesos de suburbanización, a televisión e Internet, v. pp.24-5 y 283-4. 

[12] . "La nueva clase...tiene poco sentido de gratitud a los antepasados...Se concibe a sí misma como una élite que sólo debe sus privilegios y posición actuales a sus propios esfuerzas...A las élites meritocráticas les cuesta imaginar una comunidad -incluso una comunidad del intelecto- que se proyecte tanto hacia el pasado como hacia el futuro y se constituya mediante una conciencia de obligación intergeneracional (...) Las personas de talento conservan muchos de los vicios de la aristocracia sin poseer sus virtudes. Su esnobismo carece por completo de un reconocimiento de obligaciones recíprocas entre la minoría favorecida y la muchedumbre", La rebelión de las élites, cit., pp. 42 y 45-6. 

[13] . Robert Putnam, Bowling Alone, cit., pp. 283-4.  

[14] . R. Layard, Happiness, cit. (Lecture 1), p.14.

 

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