México: ¿El PRI después del PRI?

Ugo Pipitone

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Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que llamamos progreso.

                            Walter Benjamin, Discursos interrumpidos...

 

 INDICE

Introducción     

CIUDADES

1. Piedras que hacen historia                      

a. Termina un milenio y comienza otro

b. Una modernidad todavía infantil            

c. Comercio y finanzas                      

d. El conflicto interminable                 

e. Enfrentamientos extramuros                

f. Las instituciones urbanas                 

g. El campo: lo viejo y lo nuevo             

 

2. Ampliación de la geografía/dilatación de la 

existencia                                     

 

3. Dos espacios del capitalismo naciente          

                   a.Venecia y Florencia                          

b.Brujas y Amberes                           

 

4. La decadencia urbana                           

 

5. Una conclusión, o sea un tránsito             

 

 

NACIONES

                                                                             

Las Provincias Unidas: despunta la nación

1. Un arquetipo y un objeto de imitación      

2. Un lugar estratégico, una naturaleza

 poco natural                               

3. Ochenta años de guerra                     

4. Las instituciones de la república          

5. La agricultura: un capitalismo temprano    

6. El comercio: clave de riqueza y poder      

7. Amsterdam: Emporium mundi                  

8. Una decadencia sin derrumbe                 

 

Inglaterra: la nación industrial

1. Una revolución que abre otra historia      

            

2. Comercio, agricultura, instituciones       

             a. Comercio y finanzas                 

             b. Demografía y agricultura            

             c. El Estado en la tormenta formativa  

 

3. La industrialización (1750-1870)           

             a. Cuatro claves                       

             b. Del algodón al acero                

             c. Inglaterra fuera de Inglaterra      

             d. Sociedad y Estado                   

 

4. La decadencia entre un imperio poderoso

   y finanzas florecientes                    

             a. Inmolarse en el altar del libre

   comercio                          

b. Finanzas, industria y salidas

   de capital                          

             c. El imperio como ancla compensatoria 

             d. British disease: observaciones       

          conclusivas                         

 

Estados Unidos: la última gran potencia nacional

1. América                                     

2.     Cuatro elemento a favor y dos en contra:

el siglo anterior a la Guerra Civil        

3.     El gigante toma sus formas: de la Guerra

Civil a la Guerra Mundial                  

4.     Medio siglo entre temblores y laureles     

5. El descubrimiento de los límites          

 

 

         Capitalismo y Estado nacional                    

 

 

                                               REGIONES

 

La región europea en formación                  

1.     Resonancias antiguas                       

2.     Momentos fundamentales                     

3.     Dimensión económica de la Unión            

4.     La moneda común                             

5.     Los retos inmediatos                       

a.La ampliación                       

b.El problema del desempleo                                    

c.El III mundo y el Mediterráneo      

d.El modelo político                  

6.     Conclusiones                               

 

 

Asia oriental: la anomalía del siglo XX

1.Introducción                                

2.     La corta marcha hacia el desarrollo       

3.     Tres tiempos y cinco países               

a.Japón                                 

b.Corea del sur y Taiwán                

c.China y Malasia                       

4.     El resbalón de 1997                         

5.     La marcha hacia la regionalización          

 

 

América del norte: una región a tres

1.     Un nuevo ciclo                                                                

2.     El camino al TLC                            

3.     Los críticos                                

4.     Primeros resultados: 1994-2000              

5.     La dimensión interméstica                   

6.     Si México falla...                          

                                  Palabras finales

         Este libro ha sido un largo viaje por tierras, ideas y tiempos. Muchas palabras nos anteceden y ha llegado el momento de apurarse a la conclusión, si es que alguna es posible. No se ha pretendido construir aquí una teoría de la historia que requiera ahora ser redondeada. Nos hemos limitado a explorar algunas luces que alumbran los espacios económicos e institucionales de una edad moderna en interminable destrucción creadora, para decirlo con las palabras de un viejo economista austríaco. Y sobre esas luces hemos concentrado la atención. Fueron ciudades mercantiles, fueron naciones y parecerían ser regiones plurinacionales en la frontera nebulosa que separa y comunica presente y futuro.

 

         Aún reduciendo al mínimo el énfasis, es difícil dejar de percibir en estos años un momento de aceleración de la historia. La humanidad entera parece en obra, como parte de despertares independientes y como consecuencia de una globalización que obliga todo mundo a despabilarse y preguntar cómo llegará al fin de la jornada. Pocas cosas  adquiridas pueden ya considerarse al reparo de los vientos seculares. En el desconcierto frente a tantos eventos imprevistos, algunos se resisten al cambio embelleciendo sus propias tradiciones, otros las olvidan y tratan el mundo como si estuviera hecho de material plástico uniforme y retornable. Pero, más allá de los desvaríos que reflejan una antigua proclividad humana a simplificar el mundo para convertirlo en territorio de ambiguas batallas morales, nuestro tiempo nos obliga a preguntarnos quienes somos cuando estamos a punto de emprender un viaje hacia territorios desconocidos. Algunos sienten una súbita nostalgia hacia la comunidad dejada atrás hace siglos, ese mundo (maquillado por una memoria benévola) de seguridad, pertenencia estrecha y creencias definitivas. Otros perciben la necesidad de fórmulas más amplias de convivencia. Unos y otros parecerían dejar atrás el encanto que por siglos ejerció la idea de nación. 

 

         Algo profundo y cargado de consecuencias, está ocurriendo en nuestra historia contemporánea. Insistamos en la imagen de aceleración de la historia. Que, obviamente, más sugiere que explica. Una sensación de humanidad en obra, con varias secciones en que dominan ciertos arquitectos y donde, dependiendo de la geografía, varían las herramientas, las técnicas de construcción, el tipo de residencias en construcción. Pero lo evidente de estos años es la mayor frecuencia con que los diferentes equipos se intercambian mortero y zapapicos e incluso planes de construcción, ingenieros y albañiles. Lo que no impide la intensificación de los intercambios entre equipos limítrofes: el proceso de regionalización del mundo. 

 

         Un nuevo ciclo histórico parece recorrer sus fases iniciales. La regionalización no abarcará ciertamente a todo el mundo pero condicionará su futuro. Como ciudades y naciones lo hicieron antes. Y estamos más allá de un proceso exclusivamente económico. Que la economía juegue un papel determinante está fuera de discusión, pero la regionalización va más lejos, indicando espacios más amplios de la identidad colectiva, abriendo áreas mayores de pluralidad institucionalizada, empujando hacia formas inéditas de cooperación entre países cercanos. Se nos abre en estos años un camino que más vale que sea exitoso frente al tamaño de retos globales que sobrepasan ampliamente la capacidad de acción efectiva del Estado nacional. Un retorno en fuerzas del nacionalismo, eso sería: un retorno. Una forma de resistirse a seguir el camino que en parte ya existe y en mayor medida espera ser construido.

 

         El tránsito no será ni rápido, ni uniforme y tendrá que enfrentarse a resistencias de distinto tipo. Nuestras prácticas de vida colectiva se han construido alrededor del Estado nacional; las formas de la cultura se han moldeado sobre esa estructura ósea. La vida material y espiritual de la mayor parte de la humanidad se ha forjado al interior de esa nación que hoy revela sus fragilidades frente a los embates de nuevas tecnologías, de una competencia agudizada y de un entorno global cambiante. Si el Estado nacional fue un refugio ya se ha vuelto una protección precaria. El techo ya no puede ofrecer una barrera efectiva contra chubascos de intensidad desacostumbrada. 

 

¿Qué actitud asumir frente a la nación en los momentos en que podría convertirse en pieza de más grandes construcciones colectivas? Se puede añorar el tiempo mítico de una absoluta soberanía nacional y resistirse a formas nuevas de cooperación y de interdependencia con los vecinos. O se puede sentir una sensación de liberación frente a las no pocas barbaries que en el nombre sagrado de la nación se cumplieron. Una mezcla de orgullo y vergüenza es inevitable. Hacia el segundo polo se mueve Fernando Savater, cuando escribe: "La Nación es el revestimento mítico de una ficción administrativa y se asienta precisamente en el desafío de dar por naturalmente fundada su convencional arbitrariedad" ( [1] ). Dejemos a un lado el hecho que a veces el camino es opuesto: una marcha que va de la cultura, como sistema de prácticas colectiva, al Estado nacional. No siempre la nación es estricta retórica alrededor de un sistema de poder. De cualquier manera -y, sobre todo, mirando al siglo XX- es inevitable sentirse atraídos por la inclemente conclusión del filosofo español: "El fastidioso y hueco 'nosotros' del nacionalista es pura y simplemente una hinchazón retórica del más intransigente rapaz e inhumano (aunque -ay- demasiado humano) 'yo'". Es cierto: la política que procesa diferencias en el espacio nacional, las metaboliza en un cuerpo místico en que la unidad sublima toda diferencia en el fuego sagrado del patriotismo. Y la apertura se vuelve cierre. Pero eso es justamente la nación: nuestro límite civilizatorio en la capacidad de metabolizar diferencias. Como quiera que sea, en el tránsito de la ciudad mercantil a la nación, un cambio sustantivo ha ocurrido: se ha reducido el número de los extranjeros. 

 

A levantar el ánimo decaído por el severo, y en gran medida correcto, diagnóstico de Savater, interviene Greenfeld. Leamos: "...la democracia nació con un sentido de nacionalidad. Las dos dimensiones están ligadas y ninguna de ellas puede entenderse afuera de su conexión recíproca. El nacionalismo fue la forma en que la democracia apareció en el mundo, contenida en la idea de nación como en un capullo de mariposa" ( [2] ). El giro no es pequeño: pasamos de la "hinchazón retórica" al vientre que hospeda y hace posible la democracia. ¿No es posible que ambos puntos de vista sean tan antitéticos como correctos? Otra vez: la nación, fuente de orgullo y vergüenza. Orgullo por dar forma a identidades que intentan ser formas de solidaridad entre diversos; pero también identidades que periódicamente se sienten tentadas por la inmortalidad e, inevitablemente, la paranoia. Y como bien sabía Elías Canetti, la paranoia es rasgo consustancial con toda forma de poder; y sólo la democracia puede controlarla. Una violencia siempre preventiva y siempre santificada por la inevitable maldad del extranjero. Un ocultamiento transfigurado de la duda acerca de las pretensiones de la propia centralidad moral planetaria. 

 

Pero hay otra idea de Greenfeld que vale la pena registrar aquí. "Cuando el nacionalismo comenzó a extenderse en el siglo XVIII, el surgimiento de nuevas identidades nacionales ya no era el resultado de una creación original, sino más bien la importación de una idea ya existente. El dominio inglés en la Europa del siglo XVIII, y después el dominio de Occidente sobre el mundo, hicieron de la nación un canon...El desarrollo de identidades nacionales fue así esencialmente un proceso internacional cuyos orígenes en todos los casos, excluyendo el primero, estaba afuera de la nación en desarrollo" ( [3] ). La nación, entonces, como una forma de defensa frente a un mundo que me amenaza; una forma de defensa que consiste en imitar las formas de la amenaza exterior. Recordemos el eslogan del Japón Meiji: "Occidentalizarse para defenderse de Occidente". La nación como contagio mundial que procede de una forma de organización que se reveló eficaz  en la historia europea. Incluso en la impunidad de su violencia hacia el resto del mundo. Apuntemos estos elementos, que volvemos a encontrar, bajo distintas vestiduras, en el proceso embrionario de la Región.

 

Pero, cualesquiera que sea el juicio sobre el largo recorrido histórico del Estado nacional, esto no debe impedir la visión de un presente dominado por dos vectores epocales: las nuevas diferencias y la globalización. El primero, un proceso acelerado por el fin de la Guerra Fría (con sus disciplinados ejércitos ideológicos mundiales) y por el éxito económico de Asia oriental. El segundo que, en cierta medida,  es una victoria occidental: la imposición al mundo de una vitalidad económica y tecnológica que no reconoce fronteras. Los signos de nuestro tiempo son contradictorios: diferencias en marcha y energías proyectadas a la homologación. Y sin embargo, estas últimas no encarnan sólo la vitalidad de una forma de producir, de crear conocimiento y tecnología, sino un nuevo sistema de interdependencias globales con áreas de concentración regional.

 

Estar al margen de la competencia y de esa nueva red de conocimientos que cruzan el planeta supone la búsqueda de alguna seguridad al margen de la corriente que empuja hacia delante las fronteras de las necesidades y las posibilidades planetarias. Y de pronto, todo país se enfrenta a la opción de buscar su futuro a contacto con fuerzas mundiales que obligan a preguntarse qué conservar y qué modificar del propio presente-pasado. Una opción no fácil y sin embargo obligada. Cada país está obligado a inventarse y reinventarse a contacto con los otros o a definir sí mismo en nombre de alguna verdad eterna productora de marginalidad santificada.  Algunos datos económicos para ilustrar este punto.   

 

 

             PIB y Exportaciones mundiales

         (tasas medias anuales de crecimiento)

 

                         1820-1913      1913-1950      1950-2000

 

PIB                2.4            1.9            4.3

Exportaciones      4.5            0.6            7.7

 

 

Si miramos al siglo anterior a la primer Guerra Mundial es evidente que las exportaciones fueron un elemento central del crecimiento económico del mundo. Pero, cuando las relaciones económicas internacionales se trabaron por las dos guerras mundiales y por la crisis del sistema de pagos internacionales en el periodo entreguerras, el crecimiento medio del PIB experimentó una clara contracción. Después de la segunda guerra mundial es evidente una nueva aceleración tanto del comercio exterior como del ritmo mundial de creación de riqueza. Si en el ciclo histórico anterior a la primera Guerra mundial, aún existían algunos márgenes de desarrollo nacional independiente (sobre todo en los países de grandes dimensiones) de los grandes flujos del comercio y las inversiones internacionales, estos márgenes se hacen cada vez más estrechos cuanto más nos acercamos a la actualidad. Hoy, quedar al margen de los impulsos que provienen de la enorme masa de riqueza que circula por el mundo en forma de importaciones y exportaciones significa perder capacidad competitiva y, al mismo tiempo, capacidad para conservar los niveles de bienestar alcanzados sobre la base de anteriores ciclos de desarrollo.

 

Desde fines del siglo XX, resulta evidente que un entero sistema político mundial construido sobre la centralidad del Estado nacional experimenta dificultades crecientes para intervenir sobre varios focos rojos globales: delincuencia, terrorismo (y el 11 de septiembre de 2001 no deja dudas sobre el tamaño del reto), bloqueo del desarrollo de enteras regiones del planeta, emergencias ecológicas, etcétera. Está en construcción un nuevo tejido de interdependencias globales que se proyecta sobre escenarios no regulados y lo hace con un potencial inédito de afectación de la vida económica y social de enteros países. En este contexto, ¿qué es la regionalización sino el intento político para regular áreas más amplias e interactuar en las interdependencias globales con mayor eficacia y menores impactos negativos? Una forma para reducir los actores y multiplicar su eficacia. Regionalización, entonces, como reacción política frente a ámbitos de vida inevitablemente afectados por las corrientes globales. La nueva búsqueda de seguridad colectiva va hoy más allá de los límites nacionales. Una empresa de ingeniería, para decirlo burdamente, tanto institucional como psicológica.

 

Estar al margen de la globalización que extiende al mundo las esporas de una tercera revolución tecnológica, es una forma para comprar tiempo antes del ineludible desastre. Pero nadar en sus corrientes revueltas supone reconocer que el viejo barco nacional podría no tener la fuerza de resistir al oleaje. La regionalización es el único principio sistémicamente coherente que pueda enfrentar el dilema.

 

¿Cómo regular espacios más amplios de la vida social en el territorio sin construir formas nuevas de cooperación entre países cercanos, o sea, a largo plazo, activar procesos hacia nuevas formas de identidad colectiva entre pueblos que hasta hace poco se consideraban recíprocamente extraños? Para ser sostenibles en el tiempo, los espacios regionales en formación requieren alimentar culturas trans y posnacionales que avancen de la interdependencia a la solidaridad y de ahí a formas de identidad más amplias; más capaces de procesar diferencias. Se nos abre de pronto una nueva perspectiva secular. 

 

Samuel Huntington sostiene en un artículo de gran fortuna que se convertiría después en libro: "...la fuente fundamental del conflicto en este nuevo mundo no será primariamente ideológica o económica. Las grandes divisiones en la humanidad y la fuente dominante de conflicto estarán en la cultura...Las inciertas fronteras entre civilizaciones serán el campo de batalla del futuro" ( [4] ). Aquí, intuiciones interesantes se mezclan con omisiones y contundencias probablemente excesivas. Que la economía ya no estará en el centro de los conflictos futuros, es una afirmación difícil de aceptar si se piensa a la formación de bloques regionales en competencia sobre nuevos productos y nuevas tecnologías en mercados globales cada vez más internamente conectados. Sin embargo, es razonable suponer que los temas culturales tendrán un mayor peso en el futuro. Pero no sólo los conflictos entre civilizaciones diferentes en sus fronteras comunes (como los Balcanes, el Medio Oriente o el conflicto indo-paquistaní), sino también conflictos de asimilación de emigrantes, conflictos asociados a posibles resistencias nacionalistas a los procesos de regionalización y conflictos ligados al desmembramiento de unidades nacionales que podrían volverse insostenibles. Y un número x muy cercano al infinito de posibles combinaciones entre estos elementos y otras clases de tensiones culturales. Huntington tiene razón, y sin embargo pierde de vista uno de los aspectos más interesante del futuro en formación en estos años: el proceso de convergencia cultural entre naciones vecinas encaminadas a fortalecer sus nexos recíprocos. Se abre aquí una frontera de pluralismo inédita. Y esto, en el futuro, podría resultar más importante que el clash of civilizations. 

 

La construcción de identidades culturales regionales -capaces de interatuar no obstante la barrera de idiomas y religiones- se propone como un reto secular. Un gigantesco salto hacia espacios regionales dotados de creciente homogeneidad institucional. Un salto sin garantías de éxito y, sin embargo, un salto que Europa occidental está a punto de realizar después de décadas de preparación. Lanzando así al mundo un nuevo canon de organización económica y de instituciones democráticas posnacionales. Un proceso de regionalización que se convierte en un tema mayor que, en cierta forma, engloba otros, como el conflicto entre un estilo de vida occidental en que el individuo se repliega cada vez más en sí mismo, y un camino hacia mayores sentidos de pertenencia. Leamos a Peter Sloterdijk: "Cuando los hombres occidentales se definen hoy despreocupadamente como demócratas, no lo hacen, la mayor parte de las veces, porque tengan la pretensión de cargar con la cosa pública en las labores cotidianas, sino porque consideran, con razón, que la democracia es la forma de sociedad que les permite no pensar en el Estado ni en el arte de la copertenencia mutua" ( [5] ).

 

Pero, como quiera que nuevos equilibrios se construyan y viejos se deteriores, el hecho sustantivo del presente es ese jalón en el sentido de la exogamia, en el sentido de la ampliación de los espacios culturales (lo que supone capacidad para metabolizar nuevas diferencias) entre los cuales los individuos construyen sus sentidos de pertenencia. Imposible sustraerse en la actualidad a la impresión de un nuevo empuje más allá de la tribu nacional. La impresión de que el Big bang humano ocurrido hace miles de años en el tránsito de la endogamia a la exogamia, se repita una vez más en el proceso que nos empuja más allá del Estado nacional.

 

Hace años decía Leslie White: "La tribu que más uso hace de la ayuda recíproca tiene mejores probablilidades de sobrevivir. En tiempos de crisis, la cooperación puede ser cuestión de vida o muerte. En el abastecimiento de alimentos, en el mantenimiento de una defensa eficaz en contra de los enemigos, se vuelve fundamental ... (Pero) la cooperación entre familias no puede existir si el padre se casa con la hija y el hermano con la hermana. Debe encontrarse una forma para superar esta tendencia centrípeta con una fuerza centrífuga ... Con la prohibición del incesto, las familias como los individuos se volvieron unidades en el proceso cooperativo" ( [6] ). Por su parte, Freud llega a la exogamia siguiendo un camino diferente: después de haber asesinado al padre que tenía el dominio absoluto sobre todas las mujeres de la tribu totémica, "Los hermanos, asociados para suprimir al padre, tenían que convertirse en rivales al tratarse de la posesión de las mujeres. Cada uno hubiera querido tenerlas todas para sí, a ejemplo del padre, y la lucha general que de ello hubiese resultado habría traído consigo el naufragio de la nueva organización. En ella ya no existía ningún individuo superior a los demás por su poderío que hubiese podido asumir con éxito el papel del padre. Así pues, si los hermanos querían vivir juntos, no tenían otra solución que instituir la prohibición del incesto, con la cual renunciaban todos a la posesión de las mujeres deseadas, móvil principal del parricidio" ( [7] ).

 

Que haya sido la envidia sexual hacia el padre que mueve los hermanos a asesinarlo (para adorarlo después transfigurado en dios), o la necesidad de cooperar para enfrentar retos que la tribu ya no puede enfrentar con éxito, llega el momento en que hay que salir de la envoltura previa para dar continuidad a un camino que, de encerrarse en sus éxitos pasados y correría el riesgo de ser un débil principio de orden ante una realidad global desbordante. A comienzo del siglo XXI estamos en un momento similar: frente a un nuevo salto exogámico.



[1] . Contra las patrias, Tusquets, Barcelona 2000 (1ª ed: 1984), p. 41.

[2] . Liah Greenfeld, Nationalism: Five Roads to Modernity, Harvard University Press, Cambridge 1992, p. 10.

[3] . Liah Greenfeld, Op.cit., p. 14.

[4] . Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations?, Foreign Affairs, verano de 1993, p. 22.

[5] . En el mismo barco, Siruela, Madrid 1994 (Ed. or.: Frankfurt am Main 1993), p. 95.

[6] . La scienza della cultura, Sansoni, Milán 1969 (Ed.or.: Farrar, Strauss & Giroux, Nueva York 1949), p.291-2.

[7] . Sigmund Freud, Totem y tabú, en Obras Completas, tomo II, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1981 (4ª ed), p. 1839.

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