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Según las mejores estimaciones disponibles al presente, los ecosistemas planetarios pueden tolerar un aumento medio de la temperatura de 2 grados centígrados respecto al nivel prevaleciente antes de la Revolución industrial (hace 250 años). Más allá, el cambio climático activaría consecuencias ambientales devastadoras. En la actualidad, la marca ha aumentado en 0.7 grados y, según las Naciones Unidas, el calentamiento esperado para el siglo XXI, oscilará entre 1.4 y 5.8 grados. Conclusión: el incremento mínimo previsto será excesivo. Tal vez Dios no juegue a los dados, pero los seres humanos, evidentemente, sí. Trescientos millones de años atrás, la atmósfera de la Tierra se estabilizó alrededor de cierto equilibrio químico. Este equilibrio se está alterando por un aporte antropogénico de gases proveniente de la revolución industrial y de la concomitante larga ola de crecimiento poblacional. Desde entonces el dióxido de carbono presente en la atmósfera ha aumentado en 25% y nadie puede decir en qué momento podrían activarse cambios irreversibles en la arquitectura de esa delicada capa de gases que hace posible la vida. Una brusca discontinuidad se ha instalado en el tiempo. Si centenares de millones de individuos accedieran en el futuro a formas de vida altamente dependientes de los combustibles fósiles, el impacto ambiental global podría sobrepasar el umbral del no-retorno, a menos de cambios energéticos revolucionarios. Para decirlo rápidamente: el futuro tendrá que ser distinto, so pena de no ser. Proyectemos la mirada hacia adelante e intentemos discernir posibles escenarios. En realidad, es probable que todos los escenarios se cumplan en tiempos, intensidades y espacios diferentes. Separemos, entonces, para simplificar, distinguir fuerzas en acción y divisar rumbos posibles. Primer escenario: el hidrógeno llega a tiempo para salvarnos de los combustibles fósiles y evitar lo peor. Kioto no será suficiente, sobre todo considerando que no incluye ni el mayor emisor actual de CO2 (Estados Unidos) ni el mayor emisor del futuro previsto (China). Dos países que aportan, conjuntamente, 38 por ciento del dióxido de carbono mundial. Una revolución tecno-científica capaz de producir energía no contaminante significaría detener la marcha del cambio climático, aflojar todas las restricciones y abrir un nuevo ciclo de la historia mundial. El segundo escenario (con uso más eficiente de la energía pero sin novedades revolucionarias en sus fuentes) podría registrar una menor emisión per capita y una continua acumulación de gases invernadero en la atmósfera debido al incremento de la población mundial y de sus niveles medios de bienestar. Lo "mejor" sería que millones de individuos, en varios continentes, renunciaran a prosperar para beneficio del ambiente global. Pero, los chinos podrían preguntarse por qué justo en ellos debería caer la carga de la responsabilidad ambiental, considerando que Estados Unidos emite, per capita, una cantidad de CO2 ocho veces superior. La posible catástrofe ambiental al término de un camino de incapacidad para construir un sistema global y consensuado de cargas y vínculos. El tercer escenario es el del cambio progresivo hacia formas de bienestar y estilos de vida sustentables. Una utopía socialdemócrata, sin prefiguración de armonías finales, como pragmática experimentación de nuevos equilibrios entre sociedad, economía y ambiente. Ya no se trata de administrar (con interés social) una maquinaria industrial sólida, sino de renovarla mientras se incorporan en ella nuevos derechos individuales y colectivos, como el derecho a un aire respirable. Construir puntos más altos de compatibilidad entre capitalismo, ambiente y vida cotidiana: una exploración incierta, e ineludible, del futuro necesario para evitar desastres peores a los actuales. El cuarto escenario podría decirse bíblico: el diluvio universal como corte entre pasado y futuro que supone el sacrificio de la mayor parte de la humanidad que, sin embargo, para gloria de los sobrevivientes, renacerá purificada. En el Gilgamesh (esa raíz babilonia de la Biblia), el diluvio es descrito así: "Toda luz se tornó en oscuridad y como un jarro se quebró la tierra". El desastre ambiental, en el lugar de la guerra, como higiene del mundo, para repetir el épico disparate de hace un siglo. La sobrevivencia del más apto coincidirá naturalmente con los recursos de países e individuos, capaces de sortear, la catástrofe intermedia entre la muerte de los más y el renacimiento de los menos. El inambiguo I Ching entre estos cuatro escenarios (que van del milagro tecnológico al Apocalipsis) sugiere que lo mejor sería la combinación de los escenarios l y 3, mientras lo peor, el amalgama de los escenarios 2 y 4. De un lado, una revolución energética que se combina con una nueva atención hacia la naturaleza; incluidos los seres humanos. Del otro, un proceso descontrolado de quema de combustibles fósiles destinado a mejorar el bienestar de algunos (incluidos los nuevos llegados) mientras se amenaza la supervivencia de todos. Al estado actual, no parecería haber señales contundentes de que la primera opción tenga más probabilidades que la segunda de realizarse. ¿Qué parecería faltar en el presente para dar más fuerza a la perspectiva 1-3? Dos claves: un gasto (público y privado) mucho mayor en la ciencia y en la promoción de energías alternativas y el desarrollo de mecanismos capaces de hacer frente, con la eficacia del consenso negociado, a retos globales ineludibles, como el calentamiento de la atmósfera. Se trata, a menudo se dice, de reinventar el desarrollo. Lo que, concretamente, significa repensar las formas actuales de compatibilidad entre bienestar y ambiente, entre riqueza y bienestar, entre libertad individual y derechos colectivos, entre productividad y equidad. "Reinventar el desarrollo" es una monstruosa tarea que supone repensar tanto los acomodos bilaterales entre necesidades conflictivas, como los equilibrios regionales y globales y su geometría variable. La ideología del mercado es una anestesia frente a inercias que se han vuelto ambientalmente insostenibles y socialmente costosas. Kioto no es sólo un asunto de emisiones de gases y novedosas fórmulas técnicas y de mercado para controlarlas, Kioto es el mejor recordatorio contemporáneo de avances y retardos acumulados en los terrenos de la tecnología y de la política. Una mirada proyectada a un futuro que no puede penetrar y de cuya existencia ha perdido la certeza. Otros artículos:
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