(Apuntes sobre Zhao Ziyang) |
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La muerte de Zhao Ziyang, el 17 de enero pasado, obliga a algunas rápidas reflexiones sobre el hombre y el país donde ese hombre trazó un rumbo que resultó, al mismo tiempo, exitoso y derrotado. Exitoso en la economía y derrotado en las reformas políticas congeladas desde 1989. Quince años, los últimos de su vida, pasados por Zhao en arrestos domiciliarios. En mayo de 1989, a los veinte meses de haber asumido el cargo de secretario general del Partido Comunista Chino bajo indicación de Deng Xiaoping, Zhao reconoce sorpresivamente su derrota contra la vieja guardia conservadora del partido y el mismo Deng. Una confesión hecha frente a los estudiantes de Beijing y de otras partes del país que -acampados en la plaza de Tienanmen desde hace más de un mes- exigen acelerar las reformas políticas, denuncian la corrupción y demandan una prensa libre. Paradójicamente, la agitación estudiantil (que amenaza volverse catalizador del descontento de sectores mucho más amplios y que produjo concentraciones de más de un millón de personas en la plaza de la Paz Celeste) estrecha drásticamente los márgenes de maniobra de Zhao frente a una vieja guardia que siente amenazada su autoridad en el partido y en el país. Según "The Tiananmen Papers" (Foreign Affairs, enero-febrero 2001), desde la reunión del Politburó del 17 de mayo, Li Peng responsabiliza directamente a Zhao por un movimiento estudiantil que, por exceso de tolerancia, se ha vuelto difícil de controlar. En la reunión nocturna del Politburó, ese mismo día, se cruzan estas palabras: Yao Yilin: Apoyo con fuerza la propuesta del camarada Xiaoping de imponer la ley marcial en Beijing. Zhao Ziyang: Estoy en contra de imponer la ley marcial...En los cuarenta años de la República Popular China, nuestro partido ha aprendido de sus errores. A la luz de la crisis actual, un nuevo serio error político podría costarnos nuestra residua legitimidad. Deng Xiaoping: Camarada Ziyang...si nuestros mil millones de habitantes entraran de golpe a un sistema multipartidario, volveríamos a un caos de guerra civil como durante la Revolución Cultural...Después de haberlo pensado detenidamente, he concluido que debemos hacer intervenir el Ejército Popular de Liberación y declarar la ley marcial en Beijing. Esta es mi propuesta solemne al Politburó y espero que será considerada. Zhao Ziyang: Es mejor tener una decisión que no tenerla, pero, camarada Xiaoping, sería arduo para mí llevarla a cabo. Tengo dificultades con eso. Las cartas han quedado claras y el delfín se ha vuelto, por decisión propia, exdelfín. En Tienanmen, en la madrugada del 19 de mayo de 1989, rompiendo todos los ritos, Zhao confiesa su derrota frente a los estudiantes ("he llegado tarde"). El día anterior, sin su presencia, el Politburó ha decidido a favor de la ley marcial. La maquinaria represiva calienta motores y Zhao ruega, nueva e inútilmente, a los estudiantes que se vayan. Dos semanas más tarde el Ejército Popular entra en la plaza de la Paz celeste después de disparar contra la gente que trata de impedirlo desde las calles aledañas. Un sarificio ritual. Como dice Confucio, hay que "controlar al yo y restablecer los ritos".¿Qué puede importar la democracia (o cualquier otra cosa) frente a la estabilidad política del imperio, perdón, del país? Zhao es borrado del mapa y se vuelve un Galileo político a quien no es posible ejecutar sin dar señales demasiado negativas a los inversionistas foráneos. Un Galileo chino que quería un cambio económico con reformas políticas destinadas a separar Estado y partido. Wang Dan, la mayor figura de la rebelión estudiantil de la época, que también intentó convencer sus propios compañeros a abandonar la plaza, acaba de declarar que Zhao Ziyang era uno de esos comunistas chinos con conciencia. Parco y correcto homenaje. Zhao creía que la tarea principal era (para usar el lenguaje canónico utilizado por Deng) incrementar las fuerzas productivas, pero, a diferencia de Deng, creía que sin una mayor liberalización política, las reformas económicas no serían suficientes para modernizar el país y darle estabilidad de largo plazo. Retrocedamos en el tiempo. A fines de los años 40, su padre, antiguo terrateniente, cae en los ajusticiamientos de propietarios previos a la reforma agraria. Zhao, que trabaja en las redes del partido desde 1932, a los catorce años, es enviado a Guangdong en 1951 donde se convertirá en secretario del partido de la provincia. Con la revolución cultural y después de la correspondiente humillación pública, es despachado como derechista a reeducarse, trabajando durante cuatro años en una fábrica. En 1972 es rehabilitado por Zhou Enlai y enviado a Sichuan, una de las mayores provincias chinas, donde promueve una liberalización rural con resultados productivos asombrosos. Sobre todo después de la muerte de Mao en 1976, esta provincia se convierte en un modelo nacional con mayor autonomía de los campesinos y más espacio al mercado de sus productos. El entierro de las comunas populares activa una vitalidad rural inesperada y Zhao adquiere prestigio. A fines de 1978, Deng Xiaoping asegura el poder frente a una viuda momentáneamente poderosa (otro leit-motiv de historia china) y los residuos de un maoísmo cuya virtud moral en prefigurar un nuevo mundo se había vuelto un delirio de intolerancia y brutalidad: un empujar a latigazos la gente hacia el paraíso. En 1980, Deng (originario de Sichuan) llama Zhao para cubrir el cargo de primer ministro. Las políticas experimentadas localmente pueden proyectarse ahora a escala nacional. Y así, desde comienzo de los 80, Zhao se encuentra a encabezar una estrategia de cambio económico que produce la liberalización de la agricultura, las Zonas Económicas Especiales, el comienzo de la privatización de parte del aparato productivo estatal, la apertura exterior, etc. No obstante los altos costos en términos de menor cobertura gratuita de salud y educación, de 1980 a hoy, China multiplica por siete veces (en términos reales) su PIB y por seis (con un drástico aumento de la polarización del ingreso) el PIB per capita. El cambio económico de comienzo de los 80 sigue alimentando resultados productivos y de bienestar asombrosos. Un año después del nombramiento de Zhao como primer ministro, Hu Yaobang -centro político de una amplia red de intelectuales del partido que buscan mayores espacios de independencia y mayor pluralismo en la sociedad- es nombrado secretario general del partido. El delfín. Resumamos: el "emperador" (Deng) es un conservador modernizador, una versión comunista del Lee Kuan yew de Singapur que piensa en economías abiertas y burocracias poderosas. Sin embargo, sus dos principales "ministros", Zhao y Hu, son reformistas para los cuales el pluralismo no puede limitarse a la economía. En el mismo momento (fines del 78 y comienzo del 79) en que Deng Xiaoping asienta su poder en el partido, el movimiento del Muro de la democracia, en Beijing, expone el famoso dazibao de Wei Jingsheng que pide la Quinta modernización (a complementar las cuatro de Deng sobre agricultura, industria, ciencia-tecnología y defensa), o sea, la democratización. Wei pasará quince años en la cárcel por su atrevimiento. Años después, en el otoño de 1986, Fang Lizhi, científico renombrado, realiza una gira de conferencias en varias universidades chinas sosteniendo, frente a auditorios estudiantiles electrizados, que sin libertad y debate abierto no hay caminos viables ni para la ciencia ni para la sociedad. La vieja guardia exige que se ponga fin a estas formas de "liberalismo burgués", pero Hu Yaobang, secretario del partido, se rehusa a usar la mano dura y, en enero 1987, es forzado a renunciar.La secretaría del partido es encargada a Zhao Ziyang, lo que lo conviertie en el nuevo heredero designado; hasta junio de 1989, cuando todo cambia. Excluyendo a Deng, las dos principales figuras políticas chinas de los 80, caen por no reprimir la disidencia que surge de la sociedad. Desde entonces, el país ha seguido la marcha de sus reformas económicas, hasta el ingreso en la OMC, mientras la liberalización política se ha vuelto una línea muerta de ferrocarril. En una sociedad alejada y temerosa de la política, la tolerancia persiste sólo en la medida en que lo nuevo no constituya una amenaza directa al monopolio del poder del partido. Y como nos ilustra He Qinglian, una economista disidente, la corrupción pasa a convertirse en un negocio del estado que encarece sus funciones y pierde la capacidad de controlar con eficacia fenómenos como la polarización del ingreso, el nuevo estancamiento agrícola o la baja calidad de la enseñanza. Pero, sobre todo, pierde la cara frente a la sociedad. Los actuales líderes chinos están destinados a autoderrotarse. El aliento actual es la productividad y el bienestar individual, una laicización prosaica de la vida, contra un partido que sobre la religiosidad y la disciplina de lo colectivo construyó su legitimidad a lo largo de décadas. ¿Cuáles resistencias se interponen hoy en el camino de una posible quinta modernización? En primerísimo lugar están los intereses de grupo de una nomenklatura política que ha descubierto las delicias de la riqueza. Y se ha encaminado a perder la imagen del sabio patriarca autoritario que gobierna en beneficio de sus súbditos. Un grave factor potencial de inestabilidad. La otra resistencia viene del pánico escénico frente a una apertura política que podría desencadenar procesos de segmentación fuera de control: una memoria siempre fresca en la historia china, donde lo Uno no es sólo el místico inicio taoísta de los Diez Mil Hombres, es también la cohesión que controla el caos latente. Desde la caída de la dinastía Han que abre a cuatro siglos de fragmentación, inestabilidad política y guerras endémicas, hasta el caos que fragmenta desde dentro la dinastía Ming y prepara las condiciones del dominio foráneo manchú por los dos siglos y medio finales del milenario recorrido imperial chino. Evidentemente, el anhelo de unidad, para evitar las pavorosas consecuencias de su pérdida, supone una mayor tolerancia frente a un régimen que, hasta ahora, la garantiza. Otros artículos:
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