Olas del Índico

Ugo Pipitone

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Muchos muertos, muchas vidas dramáticamente trastornadas y muchas más de nonatos que quedarán entrampadas en las olas surgidas, al Occidente de Sumatra, el 26 de diciembre 2004. En pocas horas las consecuencias se sintieron a siete mil Km, en Somalia y Tanzania, y se sentirán a lo largo de décadas por venir. Espacio y tiempo se superponen y confunden en una ola que no termina de caer. En el origen, una secuencia de tsunamis desencadenada por un temblor de 9 grados, el peor en cuarenta años. Un maremoto es un fenómeno natural, pero la muerte y el dolor que, desde su epicentro, se extienden en la geografía y en el tiempo, no lo son. Como no lo fueron muchas de las víctimas del temblor de hace veinte años en la Ciudad de México, que derribó, sobre todo, construcciones que incumplían normas mínimas de seguridad. ¿Corrupción, incuria e inoperancia de las instituciones son también fenómenos "naturales"?

Este tsunami ya es una metáfora, una mezcla inestable de preguntas y respuestas, un resumen alegórico del presente del mundo, un recordatorio de equilibrios frágiles como minas aleatorias de vario poder y diferente origen, una prueba de lo inadecuado de nuestros mecanismos para predecir y prevenir las consecuencias de desastres que nunca son "naturales" en sus efectos.

Limitémonos a algunas observaciones. 

1. El sobreviviente. El 11 de septiembre de 2001, muchos habitantes de este planeta sintieron que la demencia homicida había pasado muy cerca de ellos ahorrándoles la vida en un juego de casualidades. Una sensación que se repitió el 11-M y que renace hoy en otra forma. Resulta de pronto fácil para cada uno compartir una parte de la sensación del sobreviviente indonesio o cingalés que no podrá ya dejar de hacerse la misma pregunta por el resto de su vida: ¿por qué yo en lugar de mi mujer o mi hombre, de mis hijos, mis padres o mi vecino? Un sentirse, al mismo tiempo, orgulloso y culpable por haber sobrevivido (Fabrizio del Dongo y Lord Jim en la literatura, Primo Levi, en la realidad). Evitar la repetición es lo único que pueda dar algún alivio a una pregunta sin respuestas.   

A algunos de los 50 mil huérfanos de la región (para los cuales, de la noche a la mañana, la existencia se ha vuelto incomprensible) tal vez se les pueda explicar qué es un tsunami: su origen, su potencia y sus manifestaciones. Será más complicado explicarles por qué ni los gobiernos locales, ni los operadores turísticos (supuestamente) interesados en la seguridad de los visitantes, ni algún organismo internacional, dispusieron un sistema de alarma que no habría sido especialmente costoso y podría haber evitado la muerte de sus padres. Turistas o lugareños que fueran. 

2. Aritmética del desastre. Según datos de las Naciones Unidas, en el curso de las últimas tres décadas los muertos por fenómenos "naturales extraordinarios" se calculan en un millón y medio en Asia meridional y oriental. A escala global, el costo asociado a estos desastres se multiplica por nueve veces en el mismo periodo. Leamos The Economist del 8 de enero 2005: "Seis meses antes de las inundaciones de Mozambique en 2000, el gobierno solicitó 2.7 millones de dólares para prepararse frente a la emergencia. Recibió menos de la mitad. Después de las inundaciones, los donantes internacionales entregaron cerca de 200 millones"(para aliviar los daños)(p.27). Lo que confirma que remediar es (mucho) más costoso que prevenir.

Según geólogos estadunidenses, podrían haberse evitado 280 billones de dólares de daños asociados a los desastres naturales de los años 90, si se hubieran invertido 40 billones (una séptima parte del costo finalmente pagado) en obras de reforestación, etc. que, además, añadamos, habrían tenido efectos positivos sobre el empleo y el desarrollo de varias partes del mundo.   

3. ¿Y si el nivel del mar subiera? Lo primero es la impresión de indefensión frente a aquello que un minuto antes era apacible. Lo obvio es que la gente ¡no debía estar ahí! Pero suspendamos por un momento este tema (que vincula daño social con fragilidad institucional local y desatenciones globales) y registremos que, frente a un sensible aumento del nivel del mar asociado al actual calentamiento de la atmósfera, las autoridades de Nueva York no darían probablemente una mejor prueba de la que acaban de dar las autoridades de Colombo, Jakarta o Bangkok. Banda Aceh y tantos pueblos de pescadores y turísticos convertidos en tumbas enseñan que cuando el problema está ahí ya es demasiado tarde.

Al margen. El aumento del nivel de los océanos es inevitable de conservarse un calentamiento de la atmósfera que se acerca rápidamente (según el Intergovernmental Panel on Climate Change de las Naciones Unidas) al "límite" (supuestamente tolerable) de 2° centígrados más respecto al que prevalecía  antes de la revolución industrial, unos doscientos cincuenta años atrás. Hasta ahora el aumento ha sido de 0.6 grados y el IPCC pronostica que, en el siglo XXI, el incremento ulterior de la temperatura será de 1.4 grados.

Y uno se pregunta si el mundo (sin la hoja de parra de los escasos recursos, esgrimida autoabsolutoriamente por los gobiernos locales), está más capacitado para enfrentar el gigantesco reto del cambio climático, de lo que estuvo el gobierno indonesio para enfrentar el 26 de diciembre. ¿Estamos globalmente mejor capacitados que las autoridades del índico para enfrentar (evitándolos) los desastres globales que se anuncian en el horizonte? El día que en Brooklyn, en Caracas, etc. se circule en canoa y el buceo urbano se vuelva una nueva rama deportiva (para reducirnos al aspecto benévolo del asunto), ¿nos acostumbraremos también a eso, como los venecianos frente a las aguas altas, y seguiremos hablando de desastres naturales?

4. La inercia. Muchos hemos visto las imágenes del operador  que, mientras estaba a punto de tomar las escenas de un matrimonio, se convierte en testimonio de la catástrofe que está a punto de caer sobre Banda Aceh, la ciudad del norte de Sumatra antes golpeada por el temblor y después arrasada por el tsunami. En la calle principal se ve bajar una lava fría de detritos, autos, fragmentos de casas, tablones, que, en pocos segundos, se engruesa hasta convertirse en un río magmático tumultuoso que arrasa cualquier cosa en su camino. El operador está a salvo en una casa sólida al margen del alud que se precipita sobre la ciudad y que se engrosará con la mitad de sus habitantes convertidos en cadáveres. Son las escenas iniciales del apocalipsis.

Las personas que se ven en las imágenes reaccionan lentamente. Ellos no saben, como nosotros ahora, lo que vendría inmediatamente después. El momentáneo aturdimiento frente a lo inesperado cuesta la vida a muchos, aunque la gran mayoría de las víctimas nunca tuvo (faltando la alarma que no hubo) la menor posibilidad de sobrevivir. En las imágenes se ve una camioneta azul con dos pasajeros a bordo que está a punto de entrar a la calle principal que comienza a ser invadida por el río de detritos. De frenar de inmediato e invertir la marcha, el conductor y su acompañante, podrían, tal vez, sustraerse al desastre. El chofer mira a su izquierda por un instante, ve el magma que se acerca, pero no piensa que pueda multiplicar su volumen y su velocidad en pocos segundos, y decide seguir su camino y anticiparse al alud. Pocos instantes después se ve la camioneta patas arriba mientras es llevada por una corriente fuera de cualquier posible control.  

5. Finalmente. No obstante tardanzas e incertidumbres, es este uno de los pocos casos en que la "comunidad internacional" está dando prueba de existir frente a un desastre mayor que mató ciudadanos de diversos países, religiones, edades. Una tercera parte de las víctimas son niños. La carrera de la ayuda entre países que no quieren estar al margen de la solidaridad es un buen espectáculo, que se observa pocas veces y por poco tiempo, como los cometas. Inevitable pensar en qué clase de mundo mejor viviríamos todos si lo que es el producto de un momento de conmoción mundial se volviera política de estados, estrategia global de solidaridad. La nuestra es una época que demora en convertir sus avances de productividad en avances de solidaridad, tanto nacional como global. Pero el océano Índico es donde, momentáneamente, las razones de la competencia son sobrepasadas por otras. Los espíritus animales del capitalismo a veces pasan a segundo plano, y es casi siempre un buen espectáculo. Sin considerar lo obvio: solidaridad no es sólo altruismo, ni exclusivamente un asunto moral.  

6. Lentitudes peligrosas. El desastre asiático (natural e institucional) golpea algunos países que no están entre los más pobres del mundo y evidencia que el mayor bienestar requiere mayores redes de seguridad colectiva para asegurar su continuidad. Acabamos de descubrir las consecuencias de un retardo, local y global, de predicción de una lejana posibilidad de ruptura ambiental que, súbitamente, se concretó. La fragilidad colectiva asociada con este retardo produjo un evitable desastre humano. Las olas no fueron "asesinas"; criminal fue, más bien, la desatención, local y global, que no hizo posible advertir a tiempo a la población.

¿Cuántas otras áreas sociales, ambientales, etc. presentan en la actualidad un potencial devastador similar o mayor a este temblor submarinoen el océano indiano, sin que tengamos conciencia de sus posibles consecuencias? No se trata de prepararse para lo peor, se trata, de ser posible, de evitarlo. Cuando lo peor ha llegado, muy a menudo es poco lo que queda por hacer, salvo contar los muertos. 

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