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Andrés Manuel, Rosario, Carlos(2), Diego y otros. El tema de hoy, la preocupación del día, es, naturalmente, el reacercamiento entre los primos (¿momentáneamente?) separados: PRI y PRD. Esta nota se terminó de escribir el día anterior al anuncio y en ella están, tal vez, algunos elementos que permitan explicar porque, a parte la circunstancia político-electoral, la amenazada confluencia entre el viejo partido de estado y la izquierda nacionalista que salió de él no sea asombrosa. O, por lo menos, no del todo.
“Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate” está escrito en el frontispicio del infierno según el poeta florentino. Algo similar debería estar impreso en la entrada, si hubiera alguna, a la actualidad política mexicana. A veces tomar el presente demasiado en serio es la forma más eficaz para matar toda esperanza y esta es la situación del México de hoy. Entre individualismos y estridencias risibles, arcaísmos ideológicos, facciosidad irresponsable y pusilanimidad reformadora es casi un acto de autodefensa tratar de mantenerse al margen de una política vocinglera que, con las elecciones, añade a la poca relevancia habitual el paroxismo. Los cínicos dicen que siempre fue así y que esta es la política. Hubo momentos peores en la vida nacional, pero el presente mexicano, que nació con el PRI fuera de Los Pinos, ciertamente no será recordado como un ejemplo en que la política haya destacado por capacidad de construir consensos, por voluntad de cambio o por nuevas ideas. Recorramos este presente a través de dos libros recientes que dedican especial atención a un aspecto: el Partido de la Revolución Democrática (PRD), o sea, la izquierda realmente existente en las primeras fases del México postpriísta. Como es obvio, la figura central es Andrés Manuel López Obrador (Amlo), el candidato a la presidencia. El primer libro es de Alejandra Lajous, Amlo: entre la atracción y el temor; una crónica del 2003 al 2005, Oceano 2006. El segundo es de Adrián Rueda, El complot: dinero sucio en el partido de la esperanza , Grijalbo 2006. Mientras el texto de Lajous (antigua cronista de la presidencia de la república) es una crónica con pocos y normalmente atinados comentarios, el de Rueda (periodista de El Universal ) es una investigación escrita demasiado a prisa, pero seria y documentada a pesar del título tremendista. Antes de relatar algunas partes de estos libros cumplamos una función intermedia: ubicar el presente en sus más evidentes tareas incumplidas. Después de décadas del mismo partido en el gobierno, el principal problema heredado tal vez no resida en los dramáticos retardos sociales del país sino en la baja calidad, salvo honrosas excepciones, de sus instituciones públicas: burocracia, policías, magistrados y políticos en primera fila. ¿Cuál es el punto? Digámoslo así: hasta ahora no se conoce experiencia alguna donde la salida del atraso haya ocurrido en contextos institucionales de escasa integración y eficacia. Aún a riesgo de un brutal mecanicismo, digamos que no es fácil pescar con un hilo quebradizo. En estos límites, las tareas hasta ahora incumplidas son las de rediseñar reglas políticas y formas de gobierno, repensar una antigua cultura de autocomplacencia nacional-revolucionaria y comenzar una política de estado de reforma de la administración pública. En cambio, estamos envueltos en legítimas, ¡pero cuan estorbosas!, ambiciones personales y en tejemanejes que van de la venta de milagros a la promoción del miedo. Como se dijo, el actor principal es Amlo. Apoyémonos en Alejandra Lajous para trazar una biografía esencial y tratar de reconocer una cultura a través de un camino personal. A los 24 años, en 1977, es delegado del Instituto Nacional Indigenista en Tabasco. En 1982 es presidente del PRI en el estado; entre 84 y 88 es funcionario del Instituto Nacional del Consumidor en el D.F. y en el último año se presenta como candidato a gobernador de Tabasco por el recién nacido Frente Democrático Nacional. El FDN es el desprendimiento “cardenista” del PRI que, digamos al margen, se vuelve de inmediato una perspectiva electoral viable para una izquierda fragmentada y tradicionalmente poco significativa desde el punto de vista electoral. Sigamos. Al formarse el PRD en 1989, López Obrador es presidente del nuevo partido en su estado. En 1992 encabeza una marcha de protesta hacia el D.F. (“Éxodo para la Democracia ”) contra el fraude electoral en las elecciones intermedias. Comenta con atinada mala leche la autora: “usos y costumbres de la política mexicana”(p.19). En 1994 es derrotado por Madrazo en las elecciones para gobernador, lo que da origen al segundo “Éxodo por la Democracia ” en 1995. En ese mismo año, moviliza 40 mil campesinos y pescadores de La Chontalpa en el bloqueo de los pozos de PEMEX en Tabasco. Y en la ola del prestigio como luchador social, en 1996 es nombrado presidente nacional del PRD. En 1999 el partido le ofrece la candidatura al gobierno del D.F. y Amlo nombra a René Bejarano su jefe de campaña, que se convertirá en secretario particular después de la victoria. Éste, el curriculum en píldoras. Desde el comienzo de su gobierno, López Obrador siente la necesidad de establecer su distancia del gobierno federal. Para lo cual escoge como ocasión...el horario de verano. Cuando finalmente la SCJN suspende el decreto capitalino que habría establecido una hora especial para del D.F. (¿primer espacio-tiempo libre de México?), el comentario del jefe de gobierno fue: “Debíamos dejar bien claro, desde el principio, que hay dos proyectos de nación distintos, contrapuestos”(p.32). Y uno se pregunta, ¿la hora legal era la mejor forma para dejarlo “bien claro”? En su primer cargo como gobernante electo, López Obrador muestra el mayor de sus fallos, que obviamente no es su monopolio: no entender que después de 70 años de partido casi único, México necesitaba (y sigue necesitando) un amplio consenso político sobre las reformas necesarias y, en especial, la reforma de una administración pública carcomida por la corrupción, la escasa eficacia y la bajísima legitimación social. Pero en sus palabras, esto sería “pensamiento único”. Y, otra vez, uno se pregunta cómo pueda ser “único” el “pensamiento” que corresponde a un consenso que no se construye. Independientemente del valor intrínseco de cada iniciativa concreta, algo hay en común entre reducir los salarios de los altos funcionarios públicos del D.F., otorgar una ayuda de 600 pesos mensuales a los mayores de 70 años y emprender grandes obras públicas de vialidad urbana. Cada una de ellas puede implementarse sin una importante participación activa de la maquinaria administrativa de la ciudad.Amlo no toma riesgos con políticas que supondrían la intervención de un aparato burocrático que sabe poco confiable. En lugar que arriesgarse con iniciativas institucionales orientadas por nuevas necesidades y urgencias, en lugar que reformar una administración pública deficiente, el camino escogido es el de las grandes obras y transferencia directa de recursos a los sectores sociales más desprotegidos. Menos interviene la administración pública, mejor; esta parecería ser la “filosofía” fundamental. Lo que, considerando la proclamada ideología de izquierda, es cuando menos curioso. No contaremos aquí la historia de los videoescándalos que es relatada con detalle en el libro de Alejandra Lajous. La autora señala al final del libro un delicioso episodio que tiene como protagonista a Marcelo Ebrard, probable futuro jefe de gobierno del D.F. En el cierre del festival “Todo Cuba”, en julio de 2005, con el embajador venezolano presente, Ebrard se dirige a los asistentes así: “A ver, ¿quién sabía que en Venezuela ya no hay analfabetas? Levanten la mano. Nadie sabíamos eso...porque a México...llega la información que quieren los gringos” (p.296). De priísta a fundador (con Camacho Solís) del “Centro Democrático”, a chavista in pectore . ¿Qué decir? El segundo libro (Adrián Rueda, El complot: dinero sucio en el partido de la esperanza ) carga un título muy poco atractivo en su sensacionalismo. Tal vez por la prisa de la ocasión, el texto es a veces repetitivo, la indicación de las fuentes es a veces vaga y, además, no le habría venido mal una mano más para ajustar sus varias partes. Sin embargo, para quien quiera tener de la política nacional (el PRD no viene de la Luna ) una visión decentemente objetiva, este texto, a pesar de sus insuficiencias formales, es valioso. La historia de las finanzas del PRD en tiempos de Rosario Robles ocupa un capítulo destacado de este libro que muestra voluntarismo, loas autodirigidas y una preocupante plasticidad de la organización frente a su líder en turno. Pequeña muestra de cómo el antiguo presidencialismo tenga metástasis en distintos niveles de la vida colectiva, produciendo, casi siempre, daños. Rosario Robles incrementa la deuda del partido –acumulada en el ensalzamiento privado, en costos dudosamente abultados y en la campaña de Amlo al gobierno del D.F.- de 100 a 600 millones de pesos. Embarcado en gastos, uno se vuelve menos exigente frente a las fuentes providenciales de ayuda financiera. Y aquí aparece Carlos Ahumada, hombre de negocios, compañero sentimental de R. Robles desde 1999, cuando la dirigente del PRD era jefe de gobierno del D.F. en sustitución de Cuauhtémoc Cárdenas que se había ido a su tercera campaña presidencial. Robles será después presidente del partido entre mayo de 2002 y septiembre de 2003, cuando tendrá que dimitir bajo una montaña de deudas y cuentas dudosas. En el libro de Rueda se reproducen algunas cartas entre la líder del mayor partido de la izquierda mexicana y el empresario que se ha enriquecido con la obra pública en el D.F.. Una empresa iniciada con tres camiones de carga y que, menos de una década después, factura cien millones de dólares anuales. Leyendo algunas de estas carta se entra directamente al corazón de las tinieblas: una maraña humanamente inextricable de dobles sentidos, intereses privados disfrazados de causas nacionales y endiosamiento recíproco. Una empresa de confines indefinibles entre negocios y política que promueve la escalada de Rosario Robles para tener alguna esperanza que los gastos realizados por el empresario (en sostener las campañas electorales del PRD y pagar las deudas del partido con Televisa y Televisión Azteca) sean alguna vez recuperados con los “legítimos” intereses. Para entender el tono, Ahumada escribe a R. Robles: “Si algo te reconoce la sociedad”(p.105), lo que sigue es, obviamente, irrelevante. He aquí otra esquirla de la prosa y las preocupaciones del empresario: “sin dejar de pensar que eres una gran mujer y una gran política, sí haz encontrado que en política no es definitiva la lealtad y los méritos constantes y sonantes que uno haya realizado” (p.107). Halago a la amada entremezclado con la protesta contra el PRD que no reconoce los méritos “con(s)tantes y sonantes”, realizados por él. Amlo ha sido puesto sobre aviso a propósito de este empresario que tiene gente suya en varias delegaciones para facilitar otorgamiento de obras y pagos y que, además, tiene relaciones personales con su mayor adversario político en el PRD, Rosario Robles. Según la investigación de Rueda, Robles recibía 100 mil pesos mensuales de Ahumada, varios regalos costosos y el uso de su avión privado (no terminado de pagar) para sus desplazamientos vinculados a la actividad partidaria. Tratamiento que el empresario extendía a otros círculos de la administración perredista. Lo verdaderamente angustioso en este libro es la frecuencia de casos en que abnegados y honestos militantes de izquierda se convierten, escalando la jerarquía, en megalómanos venales y corruptos. Sin embargo -más allá de las indiscutibles responsabilidades del PRD en reforzar un panorama nacional de baja moralidad pública- resulta inevitable reconocer aquí la existencia de una inercia que va más allá tanto de este partido como de la izquierda como opción política. El PRD es parte de un entorno nacional de comportamientos que tolera cualquier maquiavelismo al borde (o más allá) de la legalidad, siempre y cuando sea exitoso. Y además el PRD, un partido joven, sigue cargando poderosas herencias culturales de origen priísta. Limitémonos a tres: el fárrago ideológico nacional revolucionario, la ausencia de debate político serio en su interior y el poder casi absoluto del líder en turno (Cárdenas en el pasado, Amlo en el presente). Para mostrar que no sólo en Dinamarca hay algo podrido, el autor nos ilustra sobre el comportamiento de todo el espectro político. Y aquí encontramos el ex presidente Salinas confabulando en Londres con Ahumada para obtener los videos (realizados por el mismo empresario) que involucran a Gustavo Ponce (tesorero del D.F.), René Bejarano, Ramón Sosamontes y otros. Después de lo cual vemos aparecer en un lujoso penthouse de Carlos Hank Rohn en la ciudad de México, al mismo Salinas acompañado por Fernández de Cevallos mientras arman la agenda de las apariciones de los videos y ordenan el esquema mediático del escándalo. Tramas y enredos de los que nadie sale limpio y que inauguran una nueva época, la de la democracia conspirativo-mediática. El cuadro general que viene de la narración de Rueda es el de un barco a la deriva con diversos grupos de tripulantes que -fervorosamente entregados al combate recíproco- no tienen tiempo para gobernarlo. Un segundo elementos que surge de la lectura es la pobreza del estado actual de la izquierda mexicana. El PRD, como partido que se declara de izquierda (y en parte lo es), debería representar “otra cosa” respecto a los usos y costumbres de la política nacional. Hasta ahora no ha sido así. A lo cual hay que añadir un híbrido de nacionalismo revolucionario, marxismo harneckeriano y proclividad al liderazgo carismático, rasgos que están lejos de indicar un nuevo empalme entre política progresista y sociedad. Mirando al futuro, estos retardos culturales podrían ser incluso más preocupantes que los casos, gravísimos, de corrupción. Otros artículos:
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