México: ¿El PRI después del PRI?

Ugo Pipitone

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Milan Kundera recurre a los clásicos para ilustrar una condición tan antigua como eterna: “Durante veinte años no había pensado en otra cosa que en regresar. Pero, una vez de vuelta, comprendió sorprendido que su vida se encontraba fuera de Ítaca” ( La ignorancia , Tusquets 2000). Una sensación de extrañamiento en casa propia (cualesquiera que sea) y la mezcla de transliteraciones inadecuadas que, bailando de una cultura a otra, lo hacen sentir a uno tan ligero como insustancial. Ser ciudadano del mundo es más arduo de lo que parece declamatoriamente.

Lo que sigue es la crónica de una visita a Italia de parte de este mexico-italiano (cuando está en Italia) e italo-mexicano (cuando está en México). Un recorrido salpicado de visitaciones a Internet para seguir las primeras vicisitudes del proceso postelectoral mexicano a conclusión de siete décadas de dictadura democrática y un sexenio de transición intransitiva. Crónica de impresiones sobre una Italia que acaba de dejar atrás cinco años de Berlusconi.

Aclaremos lo que probablemente no necesita aclaraciones. Viajar es el reino de la superficialidad, donde las dudas que surgen de la cercanía con lo distinto no pueden ser exploradas mientras se brinca de un lugar a otro. Dilemas se forman y se disuelven mezclados con enfados y embelesos. Mientras este viajero recorre Toscana, Marche, Romagna, Lazio y Piemonte, se desata otra matazón entre Israel y sus vecinos. Además de Beirut, Sidón y Tiro están bajo las bombas y, siguiendo el espíritu de los tiempos, se hace un poco más arduo creer en el progreso. En Italia aletea un espíritu berlusconiano en que comunismo y Estado parecen haberse vuelto sinónimos para una derecha que pone su sobrecarga de mezquindad sobre tiempos ya difíciles.

Por otra parte, la observación desde lejos del México postelectoral recuerda cuánto camino falta todavía para que las instituciones de este país adquieran alguna legitimación luego de décadas en que la simulación populista se volvió un arte discursivo y un disfraz patriótico para ocultar abusos públicos y enriquecimientos privados. Con base en el descreimiento endémico, el candidato de la izquierda mexicana, realmente existente, (Andrés M. López Obrador) cabalga el tigre de la deslegitimación de elecciones que, según observadores propios y ajenos, fueron limpias. Probablemente no podía esperarse más de una izquierda que vivió la transición del año 2000, después de 70 años con el mismo partido en el gobierno, casi como una derrota. El PRD evidentemente prefería al PRI en el gobierno, como expresión de un patrimonio común de nacionalismo revolucionario, en versiones tan distintas como similares.

En el juego de las transliteraciones ocurre una duda: ¿no será López Obrador una versión izquierdosa de Berlusconi? Los dos comparten, por lo menos, dos rasgos: el primero es la alta consideración de sí mismos; personalidades sin fisuras ni dudas: monolitos de la fe. El segundo es el escaso apego a las reglas democráticas, que casi llega a la justificación de la evasión fiscal en el caso de Berlusconi y a la amenaza velada de sublevación civil de parte de AMLO. Las instituciones quedan obviamente cortas a quienes sienten la pulsión de plegarlas a necesidades propias transustanciadas en causas colectivas. El populismo puede asumir varias formas.

México desde Italia .

En la neblina informativa que desde Italia envuelve a México, se perfila una perturbadora concomitancia: el más alto porcentaje (35%) de electorado mexicano que vota para la izquierda (más del doble respecto a las tres elecciones presidenciales precedentes)y, al mismo tiempo, el liderazgo político sobre quince millones de votos de parte de un individuo de escasa lucidez y sobrada obcecación, cuya única vocación revelada es la ocupación de la presidencia. Sin asignar a AMLO la representación política de los pobres de México es obvio que la mayor parte de aquellos que votaron por él vienen del universo de la pobreza. Al margen: no es cómodo sentirse al lado de los pobres y no compartir con ellos los mismos entusiasmos políticos. Sin embargo, ¿cómo hacerlo frente a alguien que sigue moliendo los estereotipos de la mitología nacional-revolucionaria sin el menor asomo de ideas propias ni de conciencia de los nuevos tiempos y los nuevos problemas que exigen respuestas originales respecto al viejo recetario populista?

Además de los frecuentes plebiscitos telefónicos para confirmar su popularidad, cuando fue jefe de gobierno de la capital mexicana, AMLO dio pruebas sobradas de ineptitud para enfrentar asuntos tan básicos como la baja calidad de la administración local, la elevada criminalidad (entretejida con los órganos de policía) y las pésimas condiciones del transporte público. Frente a la falta de iniciativa en estos terrenos, López Obrador compensó el vacío con conferencias de prensa diarias a las seis de la mañana, obras públicas monumentales (destinadas a incentivar el uso del automóvil), subsidios (apropiados) a los más ancianos y una asombrosa tolerancia frente a la corrupción en su propio partido. La pusilanimidad política convertida en gobierno para los reflectores. Y ahora la deslegitimación de las elecciones.

Desde lejos, el desaliento toma dos formas. La primera es la percepción de una fuerza electoral que, en lugar de ser usada para forzar a la próxima presidencia a profundas reformas institucionales y sociales, corre el riesgo de desperdiciarse en una lógica de muro contra muro que arriesga las endebles instituciones democráticas del país. La segunda razón de desaliento es la observación de una izquierda que transita de un líder carismático a otro mientras sigue sin definir una personalidad propia más allá del circo ideológico donde cualquier cosa que no encaje en la narrativa nacional-revolucionaria se vuelve conspiración neoliberal. El neoliberalismo convertido en pantalla para ocultar la propia inopia intelectual y política. La coherencia con el pasado (mitizado) se vuelve lejanía del presente, una coartada para la ausencia del debate de ideas y la creatividad propositiva. ¿Para que se necesitan ideas si nuestro patrimonio ideal se estableció desde la Revolución (de 1910)? La retórica es suficiente para movilizar a las masas cuando sea necesario. Las ideas sobran.

Italia desde México .

Un pequeño episodio de crónica familiar. De noche, en Villa Ada en Roma para tomar fresco y escuchar a un conjunto cubano. En un stand al ingreso, mi hija, que además de méxico-itálica es también colombiana, se queda a hablar con unos jóvenes pacifistas que terminan por proponer las cosas de la siguiente manera: en la guerra entre las FARC y el Estado colombiano hay que tomar partido. Y ellos no parecerían tener dudas sobre el bando correcto. Mi hija pregunta qué sentido tiene entonces esa gran bandera de la paz a sus espaldas. Pregunta que queda, obviamente, sin respuesta. Eso también es parte de la izquierda social italiana: el aprecio, aunque sea muy minoritario, hacia una guerrilla que, además de leer mal al propio país, ha hecho del narcotráfico y del secuestro sus principales fuentes de financiamiento mientras contribuye a encadenar Colombia a una brutalidad sin fin. Como si después de Sendero Luminoso pudiera seguir cultivándose el mito de una guerrilla siempre justiciera. Una forma de lucha que, para algunos, parecería tener en la propia alteridad su misma justificación política y ética. Las acciones son lo de menos, lo importante es conservar el mito, o sea, la fe. Que otros paguen las cuentas.

Con esos dramáticos retardos culturales tiene también que enfrentarse una izquierda italiana que asume el reto de gobernar un país con medio millón de empleados en Call centers (una nueva forma de lumpenproletariat); un país donde apenas 17 mil personas declaran al fisco ingresos anuales superiores a los 200 mil euros y con 65 mil veleros de lujo a la rada; un país de corporaciones donde el privilegio de algunos (bancos, farmacias, notarios, etc.) es pagado por todos y donde, por primera vez, la generación actual vivirá peor que la precedente, más fragmentada, con ingresos más inciertos y menor cobertura de las pensiones.

Frente a esta multiplicidad de retos que requieren creatividad e iniciativas inéditas (nacionales y europeas), el centro-izquierda italiano tiene que hacer las cuentas con la conservación de su propia unidad en un espectro que va de fragmentos de la antigua Democracia Cristiana, a verdes, radicales, liberales-reformadores, ex-comunistas y refundadores del comunismo. Y, sin embargo, una unidad imprescindible, a menos que se quiera abrir paso al retorno de un berlusconismo que es suficientemente poderoso en la sociedad y en la economía para que disponga también del gobierno del país. Lo que implicaría el retorno a las leyes ad personam , a un reptante anti-europeísmo, a la solidaridad vista como un arcaísmo premoderno y a la connivencia con las aventuras militares de Estados Unidos.

El centro-izquierda italiano está condenado a la unidad. Evitar el retorno de Berlusconi al gobierno es casi un acto de responsabilidad republicana, como resulta obvio de un episodio nimio de los últimos días. El gobierno de Prodi acaba de pasar una ley que otorga la ciudadanía italiana después de cinco años de residencia legal en el país. Y un alto dirigente de la Liga Norte , ex ministro de Berlusconi, se refiere a estas disposiciones como una forma para incentivar la invasión de los “bingo bongo”. El lenguaje y las ideas que hasta hace poco eran expresión de retardo cultural se convierten en moneda corriente.

Administradores locales y comediantes .

A pesar del reto de contener la marea de una cultura berlusconiana que exalta (como condición de progreso) la nueva segmentación social, la izquierda italiana tiene sobre la mexicana una ventaja crítica: una tradición de buen gobierno local que ha consolidado colectividades ciudadanas exigentes y proclives a defender espacios colectivos de bienestar. Es el caso de Marche, Emilia-Romagna, Toscana, etc., donde empresarialidad difundida, buenos servicios sociales y conservación del ambiente son a menudo rasgos dominantes. Por desgracia no puede decirse lo mismo de varios gobernadores estatales de la izquierda mexicana que, repitiendo historias antiguas, dejan sus cargos con finanzas personales considerablemente mejoradas y poca (si es que alguna) mejora en otros territorios, incluidas las relaciones entre sociedad e instituciones. Aclaremos que la mayoría de estos personajes de “izquierda” son tránsfugas del priísmo que llevan al Partido de la Revolución Democrática sus propias redes locales y estrictas visiones de la política como ocupación del poder y reparto de prebendas.

Otro contraste: mientras la izquierda italiana ha sido tradicionalmente más fuerte en las regiones del centro norte del país (el área de mayor desarrollo relativo), la izquierda mexicana realmente existente, el PRD, muestra en las dos últimas décadas una mayor presencia en el sur del país, el área de menor desarrollo relativo de México. O sea, donde el país avanza más la izquierda está virtualmente ausente.

Una anotación final sobre algo que hace respirable Italia a pesar del tufillo que expide una (¿todavía?) poderosa cultura berlusconiana. Me refiero a los cómicos. Roberto Benigni, Beppe Grillo y varios otros se han convertido en una barrera cultural de la ironía y la sátira contra la frivolidad de los medios de comunicación y una cultura de “reality show” y del éxito personal a toda costa. Ver a Benigni recitar a Dante en las plazas, mientras entrevera observaciones sobre el presente (e, inevitablemente, sobre Berlusconi) no es sólo un deleite, es una bocanada de aire que permite vivir mejor en medio del cinismo y la estupidez.

Pocos días antes de regresar a México, de noche en las colinas que descienden de Urbino al Adriático, un viejo amigo recita de memoria y sin el menor énfasis declamatorio, poesías de Montale, García Lorca (en italiano), Ungaretti y Leopardi. Y de pronto me doy cuenta que el genio de Benigni no nace del desierto.

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