México: ¿El PRI después del PRI?

Ugo Pipitone

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En el sureste de México, en los valles centrales de Oaxaca, hace dos milenios y medio nació la primera organización estatal de la historia americana. Llegando al presente, la policía federal acaba de retomar el control del centro histórico de la ciudad de Oaxaca que, desde hace cinco meses, era ocupado por la sección 22 del sindicato de los maestros y por la APPO (Asamblea popular de los pueblos de Oaxaca). La huelga, comenzada por demandas salariales (resueltas en el camino), terminó por convertirse en una revuelta de baja intensidad con una demanda central: la renuncia del gobernador Ulises Ruiz. “Revuelta de baja intensidad” significó ocupación de edificios públicos y de emisoras de radio y televisión, erección de campamentos y barricadas alrededor del zócalo y unos que otros actos de castigo ejemplar de raterillos maniatados con los ojos vendados y amarrados a algún palo del zócalo.

Ahora, con la policía federal en la ciudad y las primeras muestras de rechazo de parte de la APPO de su presencia, se ha llegado a una encrucijada de dónde parten tres posibles caminos: hacia una agudización del conflicto y su posible propagación a otros estados; hacia formas más agudas de radicalismo minoritario o hacia una progresiva pérdida de intensidad del movimiento mientras se restablece la “normalidad”. O sea, una rutina hecha de instituciones corruptas, ineficaces y clientelares, una sociedad agudamente segmentada y pobreza de masas, especialmente en el mundo indígena. Si la radicalización es una huida hacia adelante, la normalización es el retorno a una continuidad insostenible. Una trama de impotencia institucional y civil que no parece destinada a destrabarse en el corto plazo y revertir inercias seculares.

Retardos

Hasta ahora van 15 muertos. Entre ellos un camarógrafo estadunidense asesinado en la calle por dos agentes municipales de civil. ¿Astillas enloquecidas del estado o guardias blancas del PRI? Como quiera que sea, una “pequeña” muestra de las instituciones y la política en Oaxaca. Donde más que las reglas cuentan las relaciones y más que el gobierno, redes de poder informal con hilos clientelares que convergen en el gobernador en turno.

Pero si las instituciones lloran, la sociedad no ríe. Entre los campamentos de los protestantes podían verse hasta hace pocos días unos grandes carteles con las efigies (litúrgicamente ordenadas) de Marx, Engels, Lenin y Stalin. De qué ofuscación mitológica pueda salir esa nostalgia del tiempo peor de la historia soviética es difícil imaginar. Estoy lejos de suponer que el stalinismo sea una presencia culturalmente significativa en la protesta oaxaqueña de estos días, pero que tenga en ella derecho de ciudadanía recuerda al observador que el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, que denunció los daños del stalinismo, ocurrió exactamente hace cincuenta años. Aquí, evidentemente, los fantasmas se disuelven lentamente en el tiempo.

Sólo en la cabeza de una intelectualidad dramáticamente marginal (en el propio contexto mexicano), el voluntarismo siempre al borde del “tanto peor, tanto mejor”, puede parecer la política más atinada. Viene a la mente lo que, en 1846, golpeando con los puños en la mesa, le espetó enfurecido Marx a un Weitling que hacía ejercicios de retórica revolucionaria: “La ignorancia nunca ha servido para nada”. Muy al contrario. Los retardos de comprensión dejan una secuela de callejones sin salida autoimpuestos, derrotas evitables y, sobre todo, tiempo perdido.

Ahora, si el pedagogo institucional es el policía asesino, el gobernador corrupto, el juez que vende sentencias o el legislador local que trafica influencias, no hay mucho espacio para asombrarse del retardo cultural que produce cíclicamente explosiones de ira colectiva que, pasado el temporal, dejan todo más o menos como estaba. Lo peor del presente es que si la APPO consiguiera su mayor objetivo -la renuncia del gobernador priísta- probablemente todo volvería a la normalidad: a la marginación, la simulación institucional y la baja calidad educativa de siempre. A un gobernador priísta sucedería otro y el carrusel seguiría dando vueltas, entre corrupción y demagogia, hasta el próximo estallido.

¿Fue la pobreza secular a crear instituciones como esas o, a lo largo de siglos, fueron las instituciones a producir una sociedad capaz de ira cíclica pero no de cambios profundos en su seno? ¿O tal vez las dos cosas enredadas en un laberinto de concausas? Dada su escasa complejidad productiva, Oaxaca es una de las realidades más socialmente simples de México; sin embargo, es también una de las más complejas por la variedad cultural del pasado indígena y por la acumulación histórica de retardos institucionales y civiles que se conservan hasta el presente. Intentemos medir el peso de estos retardos.

Números

Es este el estado más fragmentado de la república: 570 municipios, 10 mil localidades y 17 grupos indígenas con sus propios idiomas y una antigua identidad común que no ha evitado a lo largo de siglos desconfianzas y conflictos recíprocos. Todo lo cual en un espacio que representa el 5 por ciento del territorio nacional con 3.5 millones de habitantes, o sea, 3.5% de la población mexicana. Apuntemos al margen que hace un siglo la población oaxaqueña representaba el 7% nacional. La impresión de retroceso respecto al resto del país es confirmada por el hecho que, en la última década, la cuota del PIB del estado sobre el total nacional pasa de 1.7 a 1.4%.

Sólo la mitad de las viviendas disponen de luz, agua y drenaje contra el 80% nacional. Mismas viviendas donde está presente la televisión en el 70% de los casos y una computadora en 8%. A escala nacional el analfabetismo de los mayores de 15 años es de 8%, en Oaxaca 19%. Y sin embargo, hay en el estado 60 mil maestros (47 mil en educación primaria y secundaria).

Consideremos la estructura de la ocupación.

Ocupados por sector, 2006 (%)

Agricultura Industria Comercio y
Servicios

Oaxaca 35 19 45
México 14 26 59

O sea, poca gente en actividades industriales y mucha gente en una agricultura de subsistencia precaria que, sin embargo, es un importante productor de cacahuates, mango, agaves, limones, café, ajonjolí y carne caprina. A pesar de una costa de seiscientos kilómetros, el estado apenas aporta el 1% de la captura pesquera nacional.

En Oaxaca hay 17 mil empresas manufactureras que ocupan 50 mil personas (en promedio 3 empleados por empresa); 57 mil empresas comerciales con 130 mil empleados (misma proporción); en los servicios operan 30 mil empresas con 99 mil ocupados (otra vez tres empleados por empresa). Difícil suponer que con esta precaria microempresarialidad rodeada por una masiva agricultura de subsistencia y pequeñas islas de turismo, puedan producirse activas dinámicas endógenas.

El salario por hora trabajada en el estado es de 13 pesos la hora contra 18 pesos a escala nacional. Así que un trabajador oaxaqueño gana en promedio 100 pesos al día (9 dólares). A partir de los datos que hemos desgranado no resulta del todo asombroso que el índice de homicidios sea aquí casi el doble respecto a la media mexicana y que valga lo mismo por las muertes por desnutrición. Cerremos la numerología.

Entre ira e irresponsabilidad institucional

En varios aspectos, Oaxaca se parece más a Guatemala que al México del centro y norte. Una sociedad asfixiada en una densa trama de tradiciones y clientelas con pocas rendijas para el desarrollo de una presión civil organizada y permanente y menores espacios para una renovación institucional en clave democrática que venga de dentro.

En la ira colectiva siempre hay razones poderosas entre las cuales, sin embargo, se entretejen a veces reflejos ideológicos heredados de un pasado mal digerido. Lo más notable de la Oaxaca de hoy es que todo parece estar predispuesto, en los retardos políticos de la oposición y en los reflejos autoritarios del gobierno local, para que, superada la crisis, todo regrese a ser exactamente como antes.

Lo asombroso es la escasez de conciencias no sectarias (lo que en gran medida vale para todo el México contemporáneo) capaces de consensos alrededor de las grandes reformas requeridas para sacar al estado de su no reciente postración y su antigua pobreza de masas. En cada “bando” parecería razonarse en una lógica de suma cero más que en una proyectada a alterar inercias institucionales y sociales que han dado sobradas pruebas a lo largo de décadas de no conducir a ningún lado. Si a lo anterior añadimos un gobernador que se resiste a renunciar a pesar de que su terquedad amenaza la estabilidad política del estado y tal vez del país entero en un momento crítico de cambio presidencial, se tendrá la medida de la irresponsabilidad (literalmente entendida) de las instituciones. Ser optimista no es siempre un negocio sencillo.

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